No era el hambre ni la hora lo que vaciaron el Bernabéu a las dos y media de la tarde. Era el fastidio de ver a Messi, Iniesta y compañía desfilar otra vez por el coliseo blanco, con la indiferencia del que está acostumbrado -siete victorias y un empate en las últimas diez visitas ligueras- a profanar la casa ajena. El día que el Madrid quería acercarse a la Liga, el Barça le soltó una patada que lo expulsó hasta los 14 puntos, distancia nunca remontada.

El Barça se paseó con una facilidad insultante frente al pomposo campeón del mundo, que apenas exhibió unos segundos el trofeo. Hizo bien Sergio Ramos en ser discreto y breve, sin recrearse, ante lo que vendría después: un baño azulgrana y otro arrebato suyo de rabia que mereció la expulsión. Se la ganó Carvajal, al impedir con la mano el 0-2: solo lo retrasó unos segundos.

La vergonzante diferencia entre el Madrid y el Barça se repitió en el terreno de juego: en las decisiones de los entrenadores y en la expresión futbolística.

REPUTACIÓN MANCHADA / El Barça no solo reparó la preocupante imagen de la Supercopa de España, sino que hundió al Madrid en la miseria, desnudado ante los suyos cuando debía reincorporarse a la lucha por el título. Al contrario, se ha alejado hasta despedirse. La Champions será la tabla de salvación con permiso de Neymar.

Zidane presenta un maravilloso historial con ocho títulos pero su reputación está manchada por algunas decisiones. Las que tomó antes y durante el clásico le dejaron en muy mal lugar. A Zizou, además, le fallaron sus jugadores. Sobre todo Kovacic.

El crotata jugó en lugar de Isco, el aclamado ídolo madridista, que ni siquiera se sacó el chándal, y esa elección de Zidane expresó sus intenciones: conservar el cero en la portería y esperar a que Cristiano o Benzema marcaran. Pero ni uno ni otro dan pie con bola en la Liga, con unos números ridículos, y entre los dos solo reunieron una ocasión que Benzema remató al poste.

El Madrid aguantó el primer tiempo igual que el Barça. Ninguno de los dos equipos tuvo intención de lanzarse decididamente al ataque, pero el único que estaba obligado era el cuadro blanco: por local y por estar rezagado en la tabla. Un acto sin goles.

El propósito de enmienda tras el descanso solo lo expresó el Barça. Valverde se dio cuenta de que falta más toque y posesión. Y tocando y volviendo a tocar, los viejos solistas de los grandes conciertos impusieron su finura.

Iniesta, Messi y Busquets se buscaron y se juntaron para brindar otro recital. Rakitic y Paulinho se pusieron a acompañarles, Suárez, Messi y Aleix Vidal ejecutaron con sus goles... mientras Ramos, Marcelo y Cristiano revivían la misma pesadilla de cada año y la grada iniciaba su sonata de pitos y con el mal cuerpo que les dejó el puñetero Barça.