No pregunten por el juego. Ni pierdan el tiempo en saber lo que ocurre con el mal fútbol del Barcelona. Acaba noviembre y nada cambia. El líder sigue siendo el líder, aunque termine ganando de rebote, con goles extraños, como el de Arturo Vidal, sostenido con el respirador artificial del balón parado. Donde no llega el fútbol, aparece la pizarra. Una falta de Messi y un córner de Dembélé resultaron los prólogos de los tantos de Suárez y del chileno para salvar un desastroso sábado en Butarque (1-2).

Era como si nada hubiera cambiado. Como si el Barça estuviera anclado en Butarque desde hace un año. Entonces, acabó perdiendo. El equipo de Valverde sigue ofreciendo esa imagen triste, apocada, tenebrosa incluso, que no sabe rebelarse contra las adversidades que él mismo se genera. Pero lo más doloroso es que no tiene un plan. O si lo tiene, no se saben la partitura, por mucho que el técnico extremeño vaya removiendo la pizarra en busca de un remedio que no llega.

En Butarque, el extremeño acumuló todos los delanteros que tenían en su plantilla sobre el césped: Messi, Suárez, Griezmann y Dembélé formando una nueva sociedad ofensiva que prometía grandes emociones. Solo provocó grandes momentos de aburrimiento porque el balón transitaba a velocidad endiabladamente lenta. Iba tan despacio, que el Leganés, colista, vivía tranquilo. El golazo de En-Nesyri, que sacudió la escuadra, puso en el primer foco de culpable a Piqué, el azulgrana que tenía más cerca, pero éste andaba ocupando el territorio del central zurdo porque no había noticias de Umtiti, fuera de sitio, mientras todo el equipo exhibía una indolencia defensiva.

Perdido andaba el campeón. Peor no podía jugar, pero un cabezazo de Suárez condujo al 1-1. Entonces, intervino Valverde: sacó del campo a Griezmann y puso a Arturo Vidal, autor de uno de los goles más peculiares, retrato del caos que sacude al Barcelona, sobre todo lejos del Camp Nou. El chileno anotó el 1-2... y los azulgrana acabaron mirando al marcador. Sin más.