Como si fuera una Super Bowl. Como si reapareciera Michael Jordan. O como si se disputara una final de la Champions. El reinicio de la Bundesliga se presenta como un acontecimiento de primer orden mundial. Nunca el derbi de la cuenca del Ruhr -un Borussia Dortmund contra el Schalke 04 (15.30 horas, Movistar), uno de los partidos que descorcha el torneo- habrá asumido tanto protagonismo de punta a punta del planeta.

Es la primera gran liga, no solo de fútbol, sino de cualquier deporte, en plantar cara a la pandemia (obviemos lo que se haya peloteado en Islas Feroe o Bielorrusia). Los ojos de los dirigentes de la NBA, la NFL, el campeonato español o la Premier analizarán con lupa cómo se desarrolla esta vuelta a los terrenos de juego, que será extraña a la fuerza, sin público, con un estricto protocolo sanitario y ausentes muchos de los rituales ancestrales de un partido de fútbol, como el posado para la foto previo.

La aprensión ante posibles contagios ha sido menor al miedo al descalabro económico de los clubs. Hay 300 millones de euros en juego. La moderada tasa de mortalidad en Alemania (unos 8000) ha animado a las autoridades a facilitar el retorno de la Bundesliga, convertida de repente en un producto de orgullo nacional, henchido ante la atención global.

Karl-Heinz Rummenigge, presidente del consejo directivo del Bayern de Múnich, explicitó en una entrevista a Bild Sport el sesgo patriótico de la reapertura. Tendremos mil millones de telespectadores. No será publicidad solo para nuestro fútbol, sino también para nuestra nación y para nuestros políticos, que han logrado contener la pandemia. El made in Germany volverá gracias al fútbol a ser una marca de calidad mundial, celebró anticipadamente.

El ejemplo alemán

Alemania asume en este sentido la responsabilidad de convertirse en paradigma sobre la viabilidad de la alta competición deportiva. Un revés en la Bundesliga resultaría catastrófico para las expectativas de todas las ligas que vislumbran la reanudación en junio, caso de España o Inglaterra. Toni Kroos, el alemán del Madrid, ha sintetizado todo esto a una agencia alemana. Aquí todos tienen la impresión de que si los alemanes no pueden jugar su liga, nadie podrá continuar.

El mundo del fútbol, de momento, se ha abonado a la tesis de que la refriega, el contacto sudoroso, no supone una amenaza para la salud del futbolista. Javier Tebas, presidente de LaLiga, lo repite como una letanía en sus intervenciones públicas. La Bundesliga no le contradice. En las 41 páginas de denso protocolo enviado a los clubs no incluye una sola precaución, ninguna instrucción, sobre el comportamiento en el césped del minuto 1 al 90. Michael Zorc, director deportivo del Dortmund, aclaró que si algún futbolista tiene dudas o tiene miedo manejaremos la situación racionalmente y lo dejaremos en libertad de no jugar.

Estadios vacíos

Las consignas sanitarias se amontonan, en cambio, para antes y después de cada encuentro. En este fútbol sin gérmenes y de respeto a las distancias, los visitantes llegarán en más de un autocar, saldrán al campo dispersos, no habrá saludo fisico a los rivales ni a los colegiados, los suplentes llevarán mascarillas, no los entrenadores, que se han librado a última hora. Ni siquiera los vestuarios, el espacio privado de conjura, se libra de las reglas del distanciamiento.

Algunos estadios colocarán aficionados de cartón, pero los goles, con balones desinfectados, no tendrán la explosividad de la celebración colectiva. Al acabar, las ruedas de prensa serán telemáticas. En total, no podrán entrar más de 300 personas en un estadio.

La Bundesliga aspira con la atención universal a escalar posiciones como producto futbolístico y acercarse a la Premier o LaLiga. Ofrecerá a los aficionados de sofá un desenlace reñido en las nueve jornadas restantes. El Bayern, sin Coutinho recién operado, lleva solo cuatro puntos de ventaja al segundo, el Dortmund, cinco al Leipzig y seis al Moenchengladbach. Falta ver si se colman tan altas expectativas.