La Liga se juega hoy, a las 17.00 horas. Y a media tarde, al filo de las 19.00, el campeón alzará los brazos. En Granada o en A Coruña, y en la distancia, en Barcelona o en Madrid, una doble celebración en el campo y en la calle. Después de más de casi 3.400 minutos, más de 55 horas de fútbol, la Liga no ha tenido bastante y ha querido hacerse rogar un poco más. Así que ha esperado hasta el último día antes de entregarse al ganador, al límite del suspense.

Hace poco parecía decidida a repetir campeón, con el Barça tan por encima de todos que incluso los rivales se rindieron, resignados a que pusiera día y hora para rematar el título.

Pero, de repente, el líder empezó a tontear y en cuatro días perdió todo lo que tenía ganado, y pasó de ir embalado hacia el triplete a perder de vista la Champions y temer por la Liga.

Aparecieron las dudas en el Camp Nou y al equipo no le quedó otra que volver a pelear para reconquistar lo que ya era suyo.

Hoy, se enfrenta al último acto, un todo o nada, bajo la confianza de que todo está su favor pero también bajo la presión de echar a perder un título que tenía en la mano. En la otra punta, a miles de kilómetros, el Madrid está condenado a ganar y esperar. Lleva toda la temporada por detrás, pero en el último momento ha acelerado ante el frenazo azulgrana y se ha encontrado ante una situación inimaginable. Un regalo sorpresa que puede quedarse en nada. Engordar para morir. O no.

UN JUEGO DE MALETINES // Los dos jueces, Granada y Deportivo, comparten en común el no tener ningún aliciente. Las últimas sospechas aparecidas, con amaños en el Real Sociedad-Rayo, con posibles apuestas de jugadores en contra de su propio equipo, o bien convencidos de que perderían o bien dispuestos a perder.

El mundo del fútbol se rebela de palabra contra ese lado oscuro aunque, en el fondo, todos saben de qué va esta película. “¿Primas a terceros? No se de qué me hablan”, dijo Zidane, haciéndose el sueco. “Me molesta que se dude de nuestra profesionalidad”, se quejó José González, técnico del Granada, pese a que su club está metido en todos los fregados.

“Yo pongo la mano en el fuego por todos los profesionales del fútbol. Luego, si me equivoco, me quemaré”, dijo Luis Enrique, ajeno a todo lo que no puede controlar, desde las posibles motivaciones extra que pueda recibir el rival hasta el césped, que tiene pinta de que estará alto y seco.

Lo que sí controla el técnico, el equipo, le transmite las mejores vibraciones, según comentó, convencido de que no fallará después de haber dejado atrás el bajón que hoy les obliga a jugarse la Liga en 90 minutos. H