A Antoine Griezmann todo le estaba saliendo a pedir de boca en la tarde de ayer en el Estadio de la Cerámica. Primero provocó la tarjeta amarilla que le permitirá llegar limpio al derbi ante el Real Madrid, dentro de dos jornadas; después sacó provecho de sus dotes teatrales para conseguir que Fernández Borbalán y su asistente picaran en la jugada del penalti que pondría a su equipo en momentánea ventaja en el marcador; y, por último, conseguía sacarse de encima el gafe que le perseguía en sus enfrentamientos ante el Villarreal, al que no le pudo hacer ni un solo gol en sus 15 enfrentamientos anteriores con la Real Sociedad y, desde el 2014, con el Atlético de Madrid.

Pero a veces —por desgracia tan solo a veces— el fútbol se empeña en que la justicia salga a relucir y que las trampas queden empequeñecidas, ayer por la aparición heróica de Enes Ünal en la recta final del partido.

Hasta los goles del turco, el fútbol estaba premiando a un tramposo. Por eso, no lo niego, ayer me regocijé viendo la carita que se le quedó al francés tras el tanto de la victoria del Villarreal, en un momento justo, sin dejar tiempo a cualquier atisbo de reacción de los colchoneros. El equipo de Calleja no merecía irse de vacío de nuevo por decisiones erróneas de los árbitros.

Griezmann, en cambio, vio como se quedaba en nada su alevoso plan. El Atlético se fue merecidamente de vacío de Vila-real y el francés dijo au revoir a sus últimas opciones de título. Justicia.