Iván Galloso es uno de esos tantos realistas nacidos fuera de Euskadi atrapados por la época gloriosa de la Real Sociedad de principios de los 80, jalonada con dos Ligas. Ahora tiene 43 años y vive en Zaragoza, pero de niño quedó prendado de las gestas de los Arkonada, Zelayeta, Periko Alonso, López Ufarte, Satrústegui y compañía. Esa devoción todavía le acompaña y motivó que el pasado 18 de agosto, coincidiendo con el estreno de la temporada oficial, no dudara en coger el coche para llevarse hasta a Vila-real a su padre, a su hijo Iker —a sus cinco años era el primer partido al que acudía— y a su sobrino Lucas, este último otro hincha confeso de los donostiarras, como dejó constancia en el feudo amarillo vestido con la camiseta oficial txuri urdin. Un error a la hora de sacar las entradas por internet dejó a Iván yb a sus tres acompañantes prácticamente pegados a la nueva grada de animación de La Cerámica. «Estamos al lado de los ultras», le avisó su sobrino Lucas. «Pues a callar y a pasar lo más desapercibidos posible», contestó Iván.

El 1-0 de Gerard Moreno les mantuvo calmados en sus butacas. Pero claro, después llegó la emoción de los goles de la Real y los inevitables gestos y gritos de alegría, esos que cualquier aficionado de corazón es incapaz de disimular. «¿Y saben lo que pasó?. Nada. Ni un insulto, ni una mirada amenazante, a pesar de que celebramos como locos los dos goles y la victoria final», algo, tristemente, demasiado poco habitual en los alrededores de las gradas más calientes del fútbol español. Iván Galloso no quiso que su grata experiencia en Vila-real pasara desapercibida, por lo menos para el club groguet, al que quiso plasmar por escrito su agradecimiento en una carta que se ha convertido en viral, tras ser hecha pública por Aficiones Unidas, la asociación que aglutina a las agrupaciones de seguidores del fútbol español.

AGRADECIMIENTO POR ESCRITO

«Puedo dar fe que nunca, en ninguno de los estadios a los que he acudido, ni para ver a la Real, a la selección o incluso en mi asiento de abonado de la Romareda, en ninguno de los estadios a los que he acudidome había sentido tan tranquilo a la hora de ver un partido con la camiseta txuri urdin, decía Iván en su misiva, en la que instaba al Villarreal que hacer llegar a los miembros de la grada de animación la enhorabuena por su forma de entender la rivalidad: «Cada uno puede animar y darlo todo por sus colores pero respetando al contrario, que no enemigo».

Sin duda, la carta de Iván es la mejor tarjeta de presentación de la nueva grada de animación de La Cerámica —todavía en proceso de captación de nuevos miembros—, que se ha propuesto cumplir escrupulosamente el decálogo de obligaciones impuesto por el club para su instauración, entre las que se incluye el respeto a los seguidores rivales y la prohibición de exhibir símbolos que inciten a la violencia o al racismo o exalten cualquier otro comportamiento que vaya más allá de la manifestación deportiva. «Me llamó la atención escuchar muchos minutos antes del partido a los responsables de la grada. Aquí venimos a animar al Villarreal; solo a eso. Ni insultos ni nada. Eso ya me dejó un poco más tranquilo», apunta un Iván que es consciente, por experiencia propia, del riesgo que existe en otros estadios si uno va luciendo la camiseta del rival. «Nunca he llegado al extremo de la agresión física, pero sobre todo porque intentas no entrar al trapo», dice, recordando episodios como los que ha vivido en campos como «los del Lleida o el Huesca», que visitó en la etapa de la Real Sociedad en Segunda, aunque «allí no pasó de los insultos y de que la gente te mire como a un apestado». Más miedo pasó hace algunos años en Mestalla,en el 2007, cuando su Real se jugaba la permanencia en Primera, que no logró, ante el Valencia. «Fue un infierno ir con la camiseta de mi equipo. Me dijeron de todo y durante buena parte del partido tuve que aguantar que me lanzaran bolas de papel. No volveré», rememora.

EJEMPLO DE 'FAIR PLAY'

Nada de eso pasó en La Cerámica, a pesar de vivir codo con codo con el sector más animoso de la afición grogueta los 90 minutos. «Si tuviera que elegir un campo para que mi hijo Iker volviera a ir por primera vez al fútbol, este sería una y mil veces el Estadio de la Cerámica, aunque esté a tres horas de mi casa de Zaragoza», destaca en una carta que servirá de estímulo para que el campo del Villarreal siga siendo considerado un ejemplo de fair play en la Liga. Iván, su padre, su hijo Iker y su sobrino Lucas se marcharon de La Cerámica felices, y el Villarreal ganó a tres simpatizantes más... para los restos.