El CD Castellón empató en su regreso al hogar (2-2 con el Mestalla). Y los 12.000 espectadores se fueron contentos, quizás no tanto porque Paco Regalón abortó la derrota en el 91, sino porque vieron a un equipo reconocible, agradable a la vista y competitivo, levantándose a raíz del injusto 0-1 y después del 1-2. Un Castellón que promete y al que hay que perdonarle todavía ciertos pecados, que esta vez casi conducen a la derrota. Hay motivos para la ilusión, moderada pero ilusión al fin y al cabo. Que no sea acercarse cada 15 días al estadio, además de con la camiseta y bufanda, con el rosario en una mano y la calculadora en la otra.

Son más de 15 años haciendo crónicas del Castellón, en Segunda A y B, pero también en Tercera. He visto Castalia a reventar, y entradas de 800 espectadores. He visto goles imposibles, salvaciones increíbles..., pero me sigue sorprendiendo ir al templo.

El estreno en casa, después de 105 días, tiene el aperitivo en el Grau, con infinidad de camisetas albinegras a lo largo del Paseo Buenavista. Ni el minuto de silencio por Dragan Racic (también por la hija de Luis Enrique) aplaca el fervor con el que arranca el encuentro. Luego las bicicletas de Víctor García, los caños de Jorge Fernández… incrementan el jolgorio. Rubén Díez tiene el 1-0, en un remate a bocajarro que le saca Cristian Rivero no se sabe bien cómo... y la grada, en vez de enfadarse porque era medio gol, rompe a aplaudir como si el remate hubiese acabado en la red (la jugada bien lo merecía).

DEL GOZO AL 0-1 // A los 33 minutos, Koindredi, un chico de 17 años franco-caledonio, del que dicen que va para figura y que ya dejó muestras de su clase y potencia en el bolo de hace unas semanas, arranca y es frenado a centímetros de que el derribo hubiese sido penalti. El mismo chaval se saca un descomunal trallazo que ni Súper Álvaro Campos impide que se convierta en el 0-1. Esto, después de que el Castellón mereciera, incluso, ir por delante, en otro campo, habría sido recibido con desánimo, signos de reprobación o al menos ese murmullo de la decepción. ¿Qué hace Castalia? Rompe a aplaudir como si el gol fuera de César Díaz, David Cubillas o cualquiera de albinegro.

La grada no decae, así que el equipo tampoco. Pasan unos minutos malos, pero llega la recompensa. El de Villamalea, que antes había trastocado el palo que sujeta la red por detrás, recibe en una posición similar pero ahora ajusta más su tiro, que pega en la parte interna del poste y entra.

El intermedio llega entonces, con el subidón. Empieza a caer un chaparrón que alivia el calentón, mientras Óscar Cano se encierra con los suyos en el vestuario, seguramente sin muchos motivos para el reproche porque, pese al empate momentáneo, es difícil buscarle pegas a sus futbolistas, más allá del pequeño despiste que originó el tanto del Mestalla. Sobre todo porque en el amistoso de hace unas semanas en Paterna, el vistoso mediocentro taronja ya protagonizó un par de cabalgadas iguales.