Tic, tac. Tic, tac. El albinegrismo ha puesto el cronómetro en marcha de las que ha bautizado como sus últimas horas en el infierno. Hacia las 22.30 horas, el Castellón espera volver a ser, después de siete años, de nuevo equipo de Segunda B.

La euforia ha tomado la calle, un arma de doble filo. Pero es innegable resistirse a ver la meta, por fin, tan cerca. Y tan al alcance de la mano. Se palpa en todos los rincones de la ciudad, donde las tertulias deportivas, por momentos, desplazan a lo que está ocurriendo en un Mundial de lo más emocionante. El Castellón está en boca de todos; esta vez, los comentarios van acompañados de una sonrisa, que espera ser el preludio de una alegría desbordante. No es para menos, después de todo lo que ha padecido, incluso, por el propio futuro de la entidad. Nadie debería olvidarlo.

Infinidad de balcones y ventanas aparecen engalanadas con enseñas albinegras. Además, edificios emblemáticos lucen con orgullo los colores blanco y negro, como recordatorio -como si hiciese falta- de lo trascendental del momento. Porque lo que esta noche está en juego es mucho más que un ascenso, con toda la fuerza de una ciudad que se ha volcado con su equipo, pese a militar en Tercera (ahí está el récord de abonados, de cualquier equipo español en toda la historia de esta categoría: casi 13.000), hasta convertirlo en un fenómeno sociológico digno de estudio a nivel nacional.

Orgullo

El Café Albinegre, el Bar Centurión, MariCarmen Tejidos Guía, Botiga de la Figa, Motos Talleres Víctor... son solo algunos de los establecimientos particulares que también han sacado a la calle, literalmente, los colores del Castellón, en lo que se presume que sea solamente un aperitivo de los próximos días. Como en los grandes días de gloria de un club ya casi centenario.