Lloraba de emoción en la cima del Angliru. Era la despedida soñada para cualquier deportista. Irse ganando y haciéndolo además en la gran cima de la Vuelta y junto al Mortirolo del Giro en la montaña más difícil que se puede ascender sobre la bicicleta. Lo abrazaba Chris Froome, siempre vestido de rojo, siempre dominando, siempre demostrando que era el mejor. Alberto Contador ya es leyenda del ciclismo. Ayer subió su última montaña. Y lo hizo a lo grande y como solo saben hacerlo los mejores; en su caso, el segundo mejor ciclista español por detrás de Miguel Induráin.

La Vuelta 2017 ya está sentenciada por Froome. A la ronda española solo le faltaba lo que necesitaba, lo que prácticamente era una obra de justicia. Y no era otra cosa que la victoria de etapa de un Contador que hoy en Madrid será elegido como el corredor más combativo de la carrera. Hoy, él también subirá al podio de la plaza de la Cibeles. «Podía tener mil despedidas pero acabar mi carrera ganando en El Angliru es para la historia».

Contador se fotografió de buena mañana en el autobús del Trek. Se le veía meditando, como el gladiador instantes antes de saltar a la arena del circo. Aquí no había arena, sino las cimas asturianas, La Cobertoria primero y el Cordal después, con un descenso que ponía los pelos de punta, donde se cayeron los catalanes Marc Soler y David de la Cruz (que abandonó), y donde Contador se lanzó hacia la leyenda, el primer y único triunfo de su última temporada. Apoteósico.

«Vi que era mi día y no había sitio mejor que El Angliru». Se fue a por la victoria, mientras por detrás también se caía Vincenzo Nibali. Fue cogiendo ciclistas y, de repente, se encontró junto a los dos chavales rebeldes, los que en un futuro próximo tomarán su relevo y el de un Alejandro Valverde, que ya sabe que volverá a ser el de siempre, sin fecha de caducidad, cuando se acabe de recuperar de su brutal caída sufrida en el Tour. Eran Enric Mas, un mallorquín, y Marc Soler, un catalán, aroma de futuros campeones. A Mas ya hace días que Contador lo eligió como su heredero.

LOCURA GENERAL / Pero los dos chicos crecidos en Mallorca y Cataluña sabían que El Angliru todavía era muy duro para ellos. El público enloquecía. Los aficionados no se lo creían y se abalanzaban sobre Contador. «¡Vamos Alberto!». Y él sufría en la terrorífica Cueña Les Cabres, una rampa del 23% surgida del infierno. Pero escuchaba los ánimos, le daban las gracias, y le parecía que su bici en vez de patinar volaba hacia el cielo de Asturias.

Froome, por detrás, también parecía que volaba, y hasta que lo hacía feliz, en compañía de su holandés de confianza, Wout Poels. Ambos los dejaban a todos. Ya solo quedaban dos kilómetros para la cima que se hacían tan interminables como agotadores. Sufría Nibali y mucho más Wilco Kelderman, que se despedía del podio. Y hasta daba la impresión, ya en los mil metros finales, que podían pillar a Contador y aguarle la despedida, su última gran escalada, su tercera gran montaña, junto a Verbier, donde empezó a ganar el Tour 2009 o el Mortirolo, donde se catapultó hacia la victoria en el Giro del 2015.

Pudo simular por última vez el disparo de El Pistolero. Froome llegaba por detrás, para ganar la Vuelta y convertirse hoy en el primer corredor que logra el doblete Tour-Vuelta, desde que la ronda española se trasladó al verano.