Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y hasta siete ocasiones. Como las siete vidas de un gato. Chris Froome está harto de él, pero La Vuelta vibra con Alberto Contador, el que le grita «¡go, go, go!» a su compañero estadounidense Peter Sternina para que mueva el árbol de la ronda española, para intentar que alguno de los corredores que ocupan ese podio al que aspira caigan como fruta madura. El premio de Contador, el que atacó primero en el Collado de la Hoya, se tradujo en unos segundos de ventaja sobre Wilco Kilderman e Illnur Zakarin porque Vincenzo Nibali está en otra guerra.

También le chilló Froome, para demostrar que las flaquezas de Los Machucos fueron un espejismo, a Wout Poels, porque observó que Nibali no tenía el día en otra subida corta y asfixiante, Santo Toribio de Liébana, sobre Potes, bajo los Picos de Europa, corazón de Cantabria.

Y Froome volvió a demostrar que es el más grande de esta Vuelta, el que respira aliviado porque Contador se apeó de pelear por el jersey rojo, que no es lo mismo que para dar espectáculo, a la tercera etapa, en La Comella, en Andorra. «Los ciclistas que están a más de cinco minutos no me importa que ataquen, pero no, en cambio, los cinco primeros». Y Contador es el quinto, el más activo. Kelderman va a rueda, al más puro estilo de Rigoberto Urán en el Tour. Zakarin solo hizo un amago de ataque, que sirvió de preámbulo para calentar a Contador, lo que, afortunadamente, tampoco cuesta tanto.

Contador se mostraba feliz en la meta. «Zakarin y Kelderman han cedido unos segundos y esto es una buena señal de cara al Angliru». En el Angliru, mañana, se cierra el tormento de subidas inquietantes de esta Vuelta, porque el domingo, en Madrid, solo habrá el paseo para el ganador, para sus compañeros de podio y para el corredor que demuestre que es el más rápido en una Vuelta que tras 18 etapas aún no conoce una victoria española, sin olvidar a Contador. En Santo Toribio triunfó el belga Sander Armée, el más fuerte en la fuga consentida del día.

Aru, al ataque / Froome y Contador presenciaron el ligero desfallecimiento de Nibali, en el día en el que un disgustado Fabio Aru atacó desde lejos, en plan Contador, en un acto de rebeldía contra su equipo, el Astana, porque siendo el líder no se siente querido y ve que no recibe tanto cariño como Miguel Ángel López. Él se quiere ir y Supermán López desea quedarse. Y ya se sabe lo que ocurre en un equipo cuando saben que su líder va a cambiar de maillot. Que se lo pregunten a David de la Cruz, sin ayuda en los momentos claves.