Sabe que sus piernas, entre ellas la izquierda, la herida, la que lleva vendada con los colores de la bandera española, no le están respondiendo en esta Vuelta. Pero Alberto Contador es como el Cid Campeador, de quien la leyenda cuenta que ganaba batallas después de muerto. Contador está muy vivo. Tanto, que en la despedida pirenaica de la carrera organizó el lío del siglo, todo patas arriba, ataques desde el kilómetro cero, todo o nada, espectáculo vivo, Chris Froome, irreconocible, Nairo Quintana, atento, para comenzar a creerse que ganará en Madrid, y 91 ciclistas fuera de control. Y todo por obra y gracia de Contador.

Hacía unos kilómetros en bici Juan Antonio Flecha, comentarista de Eurosport. Eran las 10.00 horas de la mañana cuando vio pasar un coche a poca velocidad. Conducía Jacinto Vidarte, jefe de prensa del Tinkoff, y a su lado, de copiloto, con una gorrita del equipo, se encontraba Contador. Visualizaba la etapa, “quería ver dónde podía liarla”. Y bien que la lió. “Y si puedo, de aquí a Madrid, lo volveré a intentar”, aseguraba detrás del podio, ya con la gran etapa de Formigal finiquitada.

Porque había que ser muy valiente, tal vez insensato y muy loco, pero benditos sean los locos porque de ellos será el reino del ciclismo. Javier Guillén, el director de la Vuelta, bajó en Sabiñánigo la bandera roja y se organizó la revolución. Empezaba la 15ª etapa, corta (apenas 118,5 kilómetros) y tan peligrosa como la del Aubisque o la de los Lagos y, sin duda la mejor de esta Vuelta, de este año, de los últimos, porque no se había visto nada parecido ni en el Tour ni en el Giro.

Los corredores del Tinkoff, colocados al frente del pelotón, los primeros que se presentaron en el control de firmas, todos al lado de Contador, iniciaron la ofensiva, al primer metro. Siete kilómetros necesitó el madrileño para reventar la Vuelta, a un ritmo infernal, él, en persona, tirando como si fuera un gregario.

quintana, el astuto // Quintana conoce a Contador. Todos lo conocen y sabían que la ruta entre Sabiñánigo y Formigal, en el Pirineo aragonés, podía ser la escogida para revivir su hazaña de Fuente Dé, en Cantabria, cuando le birló a Purito la victoria del 2012. Quintana no le quitó ojo al madrileño y gracias a su astucia dio un golpe de genio para comenzar a ganar la Vuelta y endosarle a un desconocidísimo Froome, nada menos que 2:40 minutos. El que nunca falla, el que lo tiene todo milimétricamente controlado, el que dispone del mejor equipo que hizo aguas (con seis compañeros entrando fuera de control, repescados, por supuesto, como el resto de los 91 ciclistas aparentemente descalificados). Ni el potenciómetro, ni el apellido, ni siquiera la impresentable colaboración del Astana, esos favores que deberían estar tan prohibidos como el dopaje, le sirvieron para salvarle del naufragio.

“Contador fue partícipe de una grandiosa etapa que no se me olvidará en la vida. Yo no dejé de vigilarlo de salida porque sabía que de él no te puedes fiar ni un pelo”, confesó Quintana, el gran triunfador en la estrategia del ciclista español. Un Quintana que colocó a dos compañeros en la escapada del día y un Nairo que cuando llegó la subida final a Formigal puso la directa, en busca de más tiempo con Froome, la etapa que se llevó Gianluca Brambilla, que se pegó a su rueda como una lapa, y con Contador, que pagó el esfuerzo, el desgaste y la entrega para hacer grande a la Vuelta, al ciclismo y para llorar una vez más sus caídas en el Tour y que ya empiece a tener fecha de caducidad. Queda un año de Contador, un 2017 donde afrontará otra vez la ruta a París, que él considera que sigue estando a su alcance. Contador debería ser eterno para ganar las batallas del Cid montado en una bicicleta. “Aunque no lo parezca, tengo la cabeza puesta en el próximo año”, afirmó Contador en la meta de Formigal. H