No es porque estemos en plena Semana Santa, pero me veo en la necesidad de dejar por escrito mi propio acto de contrición.

Pido perdón por los momentos, en las últimas cinco temporadas, en las que he apoyado, por activa o por pasiva, a David Cruz.

Pido perdón también por aquellos instantes en los que he ejercido de elemento de transmisión entre el por desgracia aún presidente del CD Castellón y la afición, a menudo para enviar un mensaje que poco o nada tenía que ver con la realidad.

Pido perdón, incluso, por las circunstancias en las que he llegado a pensar que el consejero delegado del club albinegro era un mal necesario.

Pido perdón por esos momentos de debilidad en los que se me ha llegado a pasar por la cabeza que sería mejor que el equipo no llegase a disputar los play-off, creyendo en que, sin ellos, se precipitaría el adiós de Cruz.

Pido perdón por no saber encontrar el remedio a que abandone definitivamente el club, que nos libre de su agonía; por no saber encauzar esa impotencia hacia alguna solución.

Pido perdón por no saber, a través de las páginas de Mediterráneo, llevar algo de consuelo y esperanza al albinegrismo.

Pido perdón por no apoyar más a futbolistas, técnicos y demás empleados del Castellón, porque ellos, únicamente ellos, saben por todo lo que están pasando y, aún así, están comportándose con una profesionalidad digna del mayor de los elogios.