Otra vez los penaltis. La crueldad más cruel de cualquier deporte, que todo un campeonato, tantos partidos, tanto sufrimiento, se decida en un desenlace en el que la suerte es tan protagonista. Después de un partido de infarto, igualado, de los que marcan época, la tanda tenía que decidir el campeón. Y los húngaros, ante su gente, se llevaron el gato al agua (5-4), dejando a España con la agria sensación tras haber perdido sus últimas tres finales.

Fue un partido mayúsculo con un gran final. Qué final. El que fallara corría el peligro de quemarse ya de forma definitiva. Tahull, Blai, Manhercz, Harai. 9-8 a menos de cuatro minutos para la conclusión. En una de las últimas opciones que tenía España para empatar, Alberto Munárriz, el mejor del partido, ponía el 9-9. Se agotaba el tiempo y los penaltis, otra vez como en Barcelona 2018, iban a decidir el campeón.Y la suerte le volvería a ser esquiva a los españoles. Tras 9 penaltis sin fallo, Álvaro Granados marraba el quinto. Uno de los mejores del torneo en el bando español vivía uno de los momentos más duros que puede tener un deportista. Volverán. Segurísimo.