Voy a desdecirme a mí mismo, que hace unas semanas expresaba mi rendición ante el resultadismo. Si uno mira la clasificación, ve al Castellón más o menos donde debía estar, segundo a dos puntos del líder, dentro de un grupo de nueve equipos separados por apenas cinco puntos.

Ahora bien, si uno analiza sus primeras ocho jornadas, la percepción es peor que el balance. No hay que pedirle que gane todos los partidos por 3-0, pero tampoco que muestre tan poca jerarquía, que los rivales le hagan daño llegándole tan poco, que el juego interior sea nulo y que el de bandas sea tan poco productivo. No es de extrañar que resuelva papeletas a base de arreones (dos chispazos redentores en apenas 50 segundos), como el que, el sábado, le permitió deshacerse del Rayo Ibense, prototipo de equipo correoso y descarado, a años luz del albinegro.

Si el Castellón tiene una plantilla amplia y variada (lo suficiente para afrontar un encuentro con bajas de seis jugadores que todos colocaríamos perfectamente en el once titular), si cuenta con un entrenador experto que el año pasado, con peores mimbres, estuvo 16 encuentros sin perder; si se cuenta con el respaldo de miles de espectadores, si hay paz social, si no hay problemas derivados de los impagos... ¿por qué esa sensación de inseguridad? Porque lo de ahora ha sido solo una introducción a lo que espera en las próximas semanas, con Eldense, Atlético Levante y compañía a la vuelta de la esquina.