“Va por ti, abuela”, lanzó Carolina Marín (Huelva, 1993) a las cámaras solo proclamarse campeona. Pensaba en su abuela María, que lloraba emocionaba rodeada de familiares y vecinos en el barrio onubense de La Orden, pero también en su abuela Carolina, fallecida, con cuya foto en los pantalones jugó la final del Europeo’14, aquel en el que España no solo la descubrió a ella sino casi a su deporte.
Ella lo descubrió antes, con 8 años, cuando acompañó a una amiga a una competición y decidió probar. Un inicio como el de tantos otros campeones, pero con la dificultad añadida de ser un deporte absolutamente ajeno a la tradición del país. Por lo menos hasta que la simpática onubense se ha encargado de que todos sepamos que en su especialidad no hay pelota, sino volante, y que está hecho de plumas de ala de ganso. Del ala izquierda, concretamente.
Carolina podría ser hoy bailaora flamenca y España tendría un oro menos en el medallero. Tampoco lo echaría de menos, pues ninguna jugadora no asiática se había llevado el oro desde que el bádminton es olímpico, en Barcelona-92. “Bailaba desde los 3 años, pero debía decantarme por una de las dos cosas. No lo dudé. Cerré los ojos y lo dejé todo por el bádminton. Acerté”, explicaba a este diario en aquel 2014. Desde entonces, su reinado europeo se convirtió en mundial y ahora también olímpico.
“En Indonesia me paran en la calle, me piden camisetas, autógrafos, fotos... Es alucinante. Aunque mi hotel esté junto al pabellón, cojo un taxi porque si no, es imposible llegar”, explicaba Marín. Y no exagera. El ministro indonesio de Deportes prefirió en una visita a España conocerla a ella antes que visitar el Bernabéu, y se llevó un póster autografiado como botín. Un doble orgullo para una culé como ella. H