Novak Djokovic sigue asentándose en la cima a la que retornó con su cuarto título en Wimbledon tras la cirugía en el codo que le alejó seis meses de las pistas. Este domingo, en Nueva York, el serbio ha puesto la directa ante su amigo Juan Martín del Potro y en tres horas y 16 minutos, con 6-3, 7-6 (7-4) y 6-3, ha conquistado su tercer Abierto de Estados Unidos. A los 31 años Nole tiene ya 14 grandes en su palmarés, con lo que iguala la marca de Pete Sampras y se pone solo a tres de Rafael Nadal.

Después del golpe que le dió el triunfo en la primera oportunidad en un partido de buena calidad pero algo anodino, con los mejores momentos en el segundo set, Djokovic se tumbó en el suelo con los brazos y piernas extendidos. Luego se fue a la red y se abrazó a Del Potro, al que pudieron las lágrimas. También se acercó a consolarle a la silla mientras esperaban la ceremonia de entrega de premios.

Para La torre de Tandil, 29 años y al que Djokovic dará el lunes el relevo en el puesto número 3 del mundo, el regreso a la final del Abierto ha sido una larga y difícil travesía, la más larga que un jugador ha tenido entre dos finales de Grand Slam, y los nueve años que los separan incluyen un parón de más de dos años por operaciones de muñeca. Y con clase y elegancia Djokovic reconocio públicamente el largo e importante viaje de su derrotado rival, comparándolo al suyo, más corto pero también una lección.

Aprendes de la adversidad, aseguró Djokovic para explicar su exitoso retorno. Cuando dudas, cuando las cosas no salen como quieres, yo intento sacar lo mejor de mí en esos momentos y luchar para seguir adelante, para encontrarme donde estoy ahora. No dejó tampoco de dar las gracias a Jelena, su esposa y madre de su hijo Stefan, y a un pequeño equipo, liderado por el eslovaco Marian Vajda, el entrenador con el que volvió a reunirse en abril.

Del Potro se confesó triste pero también feliz de haber jugado la final con Djokovic, al que definió como ídolo magnifico. Y los dos jugadores aplaudieron a los fans que por momentos convirtieron el Arthur Ashe en algo más parecido a las gradas de un estadio de fútbol donde se enfrentaran las selecciones serbia y argentina. Mostraron respeto por el otro jugador, no cruzaron la línea, aseguró Djokovic.