Hubo un instante de la cuarta etapa en el que Alberto Contador quiso probarse. A él no le gusta, ni mucho menos, llevar cuatro días de Vuelta y estar ya a minuto y medio del resto de favoritos y, ni mucho menos, haber perdido tiempo en la primera llegada en alto de la carrera, en el impresionante Mirador de Ézaro. Allí, el lunes, en la cima coruñesa, con la Costa da Morte en el horizonte, Contador se pasó dos horas encerrado en el remolque de un camión convertido en control antidopaje, porque no había forma de poder orinar. Se había deshidratado, un fallo, si así fue, para un ciclista de su experiencia y grado.

Contador ha venido a ganar una Vuelta que lo catapulta como favorito. En tres ocasiones ha disputado esta carrera y las tres veces la ha ganado; mejor, imposible. Pero esta temporada parece que las cosas se le tuercen desde el kilómetro cero en las grandes vueltas. En el Tour se cayó en la primera etapa y se volvió a dar otro trompazo todavía peor en la segunda. Su adiós, en el Pirineo catalán, fue algo así como una retirada anunciada. Y vino a la Vuelta, adonde llegó con un equipo muy flojo, demasiado, un conjunto Tinkoff en situación de desintegración porque el 31 de diciembre desaparece, su dueño, el millonario ruso Oleg Tinkov, a quien se le espera de visita la próxima semana, ya se ha cansado de invertir rublos en su pasión ciclista.

La mayoría de corredores ya se ha buscado la vida y, la verdad, no se sabe hasta dónde llegará el espíritu de sacrificio para el jefe Contador en la ronda española. Al menos, todos le profesan, al contrario del Tour, fidelidad en la Vuelta. Sin embargo, para ganar, ante la férrea guardia de Chris Froome y la potencia del Movistar de Alejandro Valverde y Nairo Quintana, necesita un bloque sólido y, por ahora, aunque solo se haya visto muy poquito de carrera, el conjunto Tinkoff no da esta sensación.

Pero al comenzar el puerto serio de la cuarta etapa, la subida al mirador de San Andrés de Teixido, en cuya ruta un monolito recuerda la muerte del actor Leslie Howard, intérprete de Lo que el viento se llevó, pues su avión fue abatido por los nazis frente a las costas gallegas, el Tinkoff se puso a actuar, a colocar a Contador en el sitio que le corresponde, al lado de Froome, de Valverde, de Quintana y de Esteban Chaves, mientras Rubén Fernández, el líder sacrificado por el Movistar, se descolgaba, en otra etapa de fuga consentida y triunfo francés, como el lunes, el del prometedor Lilian Calmajane, de solo 23 años.

"Quise ser cauto tras lo ocurrido el lunes. Sé que he venido un poco justo a la Vuelta pero esta situación será favorable para mí", confesó el madrileño poco después de cruzar la cuarta meta gallega.

Jornada de cautela, no solo de Contador, sino del resto de contrincantes, con Froome vigilante, como siempre, con Quintana, sin perderle ojo, y con Valverde, siempre segundo de la general, prudente en la entrega del maillot de líder "porque queda todo" y porque al conjunto de Telefónica ya le va bien ahora que la responsabilidad de la carrera la lleven los integrantes del BMC, el equipo estadounidense donde corre Samuel Sánchez y también Darwin Atapuma, el ciclista colombiano con nombre de científico y apodado El Puma, que también se fugó con permiso y llegó a la meta en segunda posición.

Una Vuelta que se desenvuelve entre las dudas de Contador, la fortaleza de Froome, la constancia de Valverde y la siempre emergente presencia colombiana, porque aparte de Quintana, El Puma Atapuma se ha puesto líder, Chavito Chaves está por ahí, peleando entre los mejores, y Supermán López, que venía para destacar en la general, al frente del Astana, y quien también se fugó en la cuarta etapa, como un héroe, después de caer el lunes, romperse tres dientes y ceder 12 minutos por el accidente.