Fútbol y religión están íntimamente ligados en España y en Italia, los dos países de Europa, con permiso de Polonia, con convicciones católicas más arraigadas. Así, no es nada extraño que tanto en el balompié español como en el calcio transalpino frecuentemente se acuda a la ayuda divina para lograr objetivos. Evidentemente, ni el Nápoles ni el Villarreal, los dos equipos que dirimirán mañana una de las plazas para el sorteo de los octavos de final de la Europa League del próximo viernes, son una excepción. Maurizio Sarri ya se encomendó a San Paolo (el San Pablo de los hispanoparlantes) tras el 1-0 en el Madrigal. “El rival es fuerte, pero si San Paolo echa una mano podemos revertir la eliminatoria”, apuntaba el técnico la pasada semana en Vila-real, aludiendo no solo a las bondades del patrón de su ciudad sino también a un estadio que si ya aprieta normalmente, mañana se convertirá en un infierno, con más de 50.000 hinchas napolitanos empujando a los suyos.

El Villarreal tampoco esquiva la ayuda divina, aunque en el club de Fernando Roig las rogativas suelen acotarse en cada inicio de temporada, en las visitas a sus dos patrones, la Mare de Déu de Gràcia y Sant Pasqual, aunque es con este último con el que más se relacionan los éxitos del Submarino, sobre todo porque su celebración suele coincidir con los finales de temporada. El último días de las fiestas de Sant Pasqual de 1998 trajo consigo el primer ascenso a la máxima categoría, tan sorprendente como inesperado. Al santo se le atribuye ese primer gran milagro futbolístico que tuvo continuidad en años posteriores con hitos como el subcampeonato de Liga (2008) o la histórica semifinal de la Champions 2005/2006, ya bajo la batuta de un Riquelme que se convirtió en la contratación más destacada del club. Algo de intervención divina tuvo que uno de los más grandes cerebros del planeta fútbol acabara vistiendo de amarillo para gozo de la afición del Madrigal.

También San Paolo debió tener algo que ver en la transformación del Nápoles. De un equipo del montón a rey de Italia, y todo gracias a otra compleja operación que acabó con el mejor jugador de todos los tiempos --hoy en discusión con Messi, pero incuestionable a mediados de los 80-- vistiendo la camiseta azul del club del sur de Italia. Con el Pelusa en su césped, San Paolo vivió sus mejores tardes y el SSC Nápoles inició su dictadura en el fútbol transalpino: dos scudetto fueron el legado que dejó el paso de Diego Armando Maradona, a los que hay que añadir la Copa de la UEFA. Del 86 al 90 el rival de mañana de los amarillos se convirtió en la envidia del Viejo Continente. H