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@josellizarraga

El abuelo le contaba a su nieto adolescente, la tarde antes de la final, unas de esas batallitas que tanto le gustaban al chico. Le encantaba escucharlas aunque le sonaban a chino, pero sabía que nadie como él lo narraba con tanta pasión. Su equipo iba a jugar su segunda final de Copa, tras una gran temporada en Primera en la que había logrado la clasificación para la Europa League.

Al abuelo le había entrado un ataque de nostalgia. Recordaba con dolor todo lo que habían sufrido en casa en aquel final de temporada del 2017. Ximo se ponía rojo de rabia cuando le explicaba los calentones que cogía su padre cuando la prensa local contaba las penas que sufrían los jugadores de aquella temporada y el deterioro del estadio. Nunca nadie había pisoteado, de aquella manera, esa camiseta a rayas blancas y negras que se ponía cada vez que iba a ver a su equipo.

La plaza Mayor, de gom a gom

Atendía atónito cuando escuchaba que aquel presidente había mantenido al borde de la desaparición a ese club que la semana pasada había llenado de gom a gom la plaza Mayor. No entendía cómo alguien que no había puesto un euro, pudiera haber hecho tanto daño a una institución tan querida. Pero lo que más le sorprendió es la capacidad de engaño que decía que tenía y cómo toreaba a la justicia una y otra vez. La semana pasada había leído cómo un juez había condenado al presidente de un club de fútbol por gestión desleal e irregularidades graves en las cuentas. Hoy aquel hombre no hubiera aguantado ni un mes.

El recuerdo de 20 años atrás

El abuelo echaba la vista atrás 20 años y le recordaba lo que había padecido un grupo de accionistas para condenar a los que vaciaron las arcas de su club y en Tercera. La justicia ahora es mucho más rápida y lo que pasó entonces sería impensable.

Su padre Vicente intentó en aquel entonces, junto a un grupo de gente, alcanzar un acuerdo con aquel hombre que ejercía de presidente. Todavía le invade la rabia cuando le vienen a la cabeza las locuras del personaje que, por aquel entonces, negoció hasta con unos chinos. No lo quería nadie. Y acabó completamente solo. Pero pretendía ganarse su jubilación a costa de la entidad. Tenía sus cuentas personales embargadas y pedía una fortuna para liberar al club secuestrado, pero exigía que le pagaran gran parte en dinero en el limbo. Por aquel entonces, Ximo no comprendía nada ni por qué no se marchaba con lo que le pudieran dar ante aquella situación tan dantesca.

Amenazas a periodistas

Su única preocupación era salir con su futuro resuelto. Mentía por convicción. De porte chulesca y desafiante. En pleno siglo XXI se permitía censurar y prohibir la entrada a los medios de comunicación. Incluso, amenazó al bueno de Quique, un periodista radiofónico que luchaba siempre por esos colores albinegros que había mamado desde niño. No había sido el único. Ya lo había hecho con entrenadores, jugadores, empleados y otros periodistas.

El abuelo se emocionaba cuando le recordaba que toda la afición del momento, un tanto dividida por las delicadas situaciones que había vivido la entidad, se había aliado para echarlo. Incluso Isidoro y Conrado se dieron la mano por el bien de su equipo, al que adoraban con locura.

La presión de una ciudad

La presión de la ciudad salvó al club. Y el secuestrador cedió. En el último minuto. En el 96... llegó al fin la luz. Aquel himno tan emocionante sonó con alegría distinta. El equipo poco a poco fue saliendo de la miseria a la que había sumido sus gestores, este y los anteriores. Y unos cuantos años después, ascendió a Primera. Y hasta llegó una nueva final de Copa. Costó pero se logró. El abuelo se emocionaba. Hoy hagan suya esta historia, que tiene más datos de real que de ficticia, y añádanle los nombres que ustedes quieran. PPO.