Un buen aficionado amarillo, curioso y ávido de conocer interioridades, me preguntaba hace unos días, entre otras cosas, que quién era el jugador con el cual yo mantenía más amistad en el vestuario del Villarreal. Mi respuesta fue tajante: ninguno. La amistad no se busca, se macera con el tiempo y las actitudes. Se quedó parado y entonces maticé, o suavicé, para que no hubiera confusiones, que no era amigo de ninguno, pero sí que había varios jugadores, y muchos miembros del club, que tenían algo que es tan importante como la amistad: mi respeto.

Porque eso es algo que uno se gana con su manera de ser y actuar en la vida. Respeto es el que siento por un jugador como Bruno Soriano, por ejemplo. La imagen señalando el escudo del Submarino cuando marcó el gol el pasado jueves ha dado vueltas por mi cabeza desde entonces. Sí, porque escenifica algunos valores en los que yo creo firmemente, y cuando hablo de fútbol me refiero a la fuerza del equipo por encima de las estrellas o la pasión y el sentimiento por lo que quieres.

Es la fuerza que me transmite Marcelino, otro que se ha ganado mi respeto personal y profesional. Cuando observo la clasificación y veo que el equipo amarillo es cuarto casi me tengo que frotar los ojos. Y ha sido a base de disciplina, creencia firme en una idea y, por supuesto, con la fuerza del grupo como se han podido superar tantas lesiones y otros problemas como la inexperiencia, la juventud o algunos rendimientos individuales por debajo de lo esperado. Les confieso que hace mes y medio pensaba que los groguets se iban a debatir en la zona media de la clasificación siendo optimista.

El escudo al que apuntaba Bruno representa una idea, una filosofía y también pasión e inteligencia. El cóctel que ha hecho de este Villarreal un club ejemplar. Bruno es la esencia de la creencia en la cantera. Marcelino refleja la rectitud a la hora de plasmar la idea. El conjunto de la Plana Baixa es fiel a un estilo que le identifica. Este año, tal vez, no tan brillante, pero sí posiblemente más fuerte como bloque.

Fernando Roig es para mí la pasión por su club, aderezada con un sentido común poco habitual. Él pone el nombre a un proyecto de autor como es el Villarreal. Negueroles añade ese toque de frialdad e inteligencia necesarios en la gestión. Y Llaneza es sentimiento puro, su nombre va grabado en ese escudo de Bruno. Esa es la gran diferencia a día de hoy entre el Submarino y un club poderoso y grande como el Valencia. Ni Mendes ni Peter Lim pueden señalar el escudo. Y no me olvido de gente como mi apreciado Abraham Girao, el calderilla, de quien nos acordamos en A Coruña. Él y muchos miles de groguets más también pueden apuntar al escudo de Bruno. Es también suyo.

DENIS SUÁREZ Y CHERYSHEV. Son los dos nombres en boca de la afición amarilla en los últimos días. Y creo que van a ser expedientes abiertos durante un tiempo. El Barça quiere recuperar a Denis Suárez en este mercado de invierno. Roig le declaraba intransferible el día de Nochevieja. Es lícito que el futbolista gallego pueda pensar que con su pase al conjunto azulgrana mejoraría deportivamente, aunque debe comprender que el presidente del Submarino ha de mirar por los intereses de su club. Eso sí, tampoco se puede tener una mala relación con el Barcelona, que en junio lo recuperará sí o sí y puede facilitar una futura cesión ventajosa para la entidad amarilla. Yo creo que ahora mismo la operación dependerá de que la secretaría técnica amarilla encuentre el relevo, que puede, en este momento, ya tenga nombre y apellidos.

Otra cuestión es Cheryshev. En Mediterráneo les hemos contado cómo está la posible llegada al Villarreal. El Denis ruso quiere volver al Madrigal y ya ha dicho no al Olympique Marsella de Míchel. Cheryshev forzará hasta el final para volver a jugar esta temporada en el Madrigal y el tema se alargará, posiblemente, hasta final de plazo si Florentino Pérez olvida el gran error que cometieron sus empleados. Así está ahora la historia de los dos Denis que tanta gente me pregunta. H