Hay puertos y hay burradas. Hay montañas y hay infierno. Querido Pedro Delgado solo te tengo que decir, ahora que ya sabes cocinar, que el año que viene, coronavirus mediante, cuando hables con tu amigo Lluís Pruñonosa para planear la tradicional excursión a los puertos mitos del Tour, que te dejes de historias, que olvides las ascensiones que hiciste en tu época de gloria, hay que acercarse hasta el col de la Loze y si el único lugar que se encuentra para dormir es un apartamento, pues ya sabes, ya sabes quién entrará en la cocina, que el resto no somos alumnos de 'Masterchef'.

No es un puerto, no, es sencillamente una animalada, allí donde los esquiadores que acuden a Méribel casi pueden tocar el cielo con sus bastones. Pero ellos suben con la ayuda de un telesilla y bajan por los prados que rodean la carretera del Col de la Loze, convertido en pista, que por lo visto por los desniveles que presenta, debe ser más negra que el carbón. No es una montaña, es una encerrona tan grande como una catedral y que no necesitará nada, pero nada de nada, para convertirse en un templo del Tour. Porque está tan claro que el Col de la Loze volverá al guion de la ronda francesa como que solo puede haber un año, este, sin que el Tourmalet, en los Pirineos, cautive con su magia.

Delgado, Tourmalet 2019

El Tourmalet fue precisamente el último puerto que en junio del 2019 subió Delgado con sus amigos. Hay ya algún cicloturista más joven, en la barrera de los 25 años, que llega antes que él, pero son poquitos. Y fue una delicia para las decenas de ciclistas que subían al Tourmalet un sábado de junio encontrarse en la cumbre con el ganador del Tour de 1988; una foto obligada, un recuerdo tan inborrable como alcanzar la cima.

Este año el puñetero coronavirus obligó a cancelar el viaje al Mortirolo, otra cima criminal, la que le gustaba hacer, acabada la Liga, a Luis Enrique y sus amigos, entre los que estaba Juan Carlos Unzué, un loco de la bici, más loco que Luis Enrique, que ya es difícil, y al que era fácil encontrarte, sobre todo en los Pirineos, cuando el Tour se corría en julio, su época de vacaciones, perfectamente equipado y vestido como si fuese uno más entre los corredores del Movistar. Para su hermano Eusebio tener a Juan Carlos era una alegría extra, y para él compartir mantel y mesa por la noche con Alejandro Valverde y compañía mientras le contaban las aventuras del día. La última vez que fue a los Pirineos Nairo Quintana, cuando era ciclista del Movistar, lo obsequió con un triunfo de etapa.

Lugar de culto

Los puertos del Tour, los meses de verano, se convierten en lugar de culto para miles y miles de cicloturistas que llegan a Francia cautivados por el encanto de la ronda francesa. A este periodista el puerto que más le gusta, al margen del descubrimiento del col de la Loze este miércoles, sigue siendo el Ventoux. Allí hay que subir al menos una vez en bici y alcanzar el observatorio. Allí cuando se quita el pie del pedal automático la piel se pone de gallina por mucho calor que haga.