Siempre es un buen momento para cargar contra el enemigo. Bajo este precepto, los 'tifosi' de la Lazio, emblema de la derecha italiana, acudieron a su estadio el pasado 22 de noviembre repartiendo cartas en las que aparecía Ana Frank vestida de la Roma, su eterno rival.

Dos semanas más tarde el fútbol alemán importaba ese gesto de desprecio étnico-religioso. Esta vez la niña judía aparecía con la camiseta del Schalke 04, en imágenes que habrían sido distribuidas por ultras del Borussia Dortmund. Incluso a nivel regional, se repetía bajo los colores del Chemie Leipzig. La cara de esta chica, fallecida a los 15 años en el campo de concentración nazi de Bergen-Belsen, se ha convertido en la última burla de un neofascismo que desde hace años se sirve del fútbol como herramienta de cohesión y propaganda.

La presencia de grupúsculos fascistoides en las gradas alemanas no es una novedad. La caída del Tercer Reich en 1945 supuso el fin del imperio nazi, pero no el de sus componentes. Reconvertidos políticamente o retirados a la clandestinidad, los fieles al régimen de Adolf Hitler siguieron vivos. No fue hasta finales de la década de los 70 cuando el hooliganismo neonazi empezó a propagarse por los campos de fútbol del país, reflejado en el radicalismo futbolístico británico.

Era de ‘hooligans’

En los años 80, las esvásticas, el saludo romano y los gritos xenófobos y antisemitas volvieron a las gradas. La proliferación de bandas abrió la puerta al vandalismo. Trenes quemados, comercios saqueados, agresiones contra inmigrantes y rivales e incluso muertes. Casi cada club tenía su sector radical vinculado a formaciones neonazis. "Los grupos de extrema derecha empezaron a infiltrarse y vehicular su discurso en los estadios", apunta el libro 'St. Pauli, otro fútbol es posible'. Referente del fútbol como baluarte antifascista, el club hamburgués se convirtió en 1991 en el primero que prohibía la discriminación en su estadio.

Lejos de ser erradicada, la violencia organizada se ha propagado hasta nuestros días. El fútbol se ha convertido en la era moderna en el refugio de nostálgicos del autoritarismo. Más allá de Alemania, el movimiento hooligan ha abrazado el racismo y el antisemitismo como pilares de su acción violenta. Del odio entre aficiones o nacionalidades también nacen hermandades neonazis que colaboran por todo el continente. Sin ir más lejos, el clan madridista Ultras Sur, prohibidos en el estadio merengue desde finales del 2013, está conectado al grupo ilegalizado Hammerskin, una especie de multinacional neonazi estadounidense con brazos que llegan a Europa y los países anglosajones. Campando a sus anchas por Mallorca, este verano declararon la isla "protectorado alemán".

Estos grupúsculos evidencian que para ellos el fútbol es tan solo una excusa tras la que propagar un programa político de odio y discriminación. El Mundial de Rusia del año que viene será campo abonado para la furia sectaria. Como ya han advertido los 'hooligans' rusos, nos espera un "festival de violencia".

Arma propagandística

El culto al cuerpo y a un deporte disciplinario y patrio siempre había sido pregonado por los imperios nacionalistas. Con la popularización del fútbol, convertido en el 'panem et circenses' moderno, llegó su instrumentalización como arma propagandística.

El 'duce' Benito Mussolini sentó precedente. Sediento de un triunfo que lo alzase a la gloria amañó el Mundial de 1934 para que la 'azzurra' se proclamase campeona. Nacionalización de astros argentinos y brasileños, presión a los árbitros, amenazas a su propia plantilla y heridos en el terreno de juego. El mítico portero español Ricardo Zamora terminaría con dos costillas rotas.

Con menos éxitos internacionales sobre el terreno de juego, Adolf Hitler y Francisco Franco también hicieron del fútbol una poderosa herramienta de control y exaltación patriótica. La Alemania nazi persiguió a grandes clubs como el Bayern de Múnich o el Borussia Dortmund, considerados "equipos judíos". Sus presidentes huyeron del país. Más de 300 futbolistas judíos desaparecieron durante el Tercer Reich.

En la empobrecida España franquista de posguerra, el caudillo se sirvió del Real Madrid como encarnación nacional de su dictadura. Coacciones, amenazas, malversación de fondos públicos… Además de tumbar al FC Barcelona, imagen del perseguido catalanismo político, ayudar al club blanco fue una estrategia para internacionalizar el régimen nacional-católico en un momento de aislamiento.