A los 31 años, edad de Christopher Froome, tres Tours desde ayer, --“esta es una carrera tan particular que mi sueño sería volver los próximos cinco o seis años y ganarla de nuevo”--, las viejas glorias de la historia del ciclismo ya estaban retiradas o empezaban un preocupante declive. Merckx ya había conseguido el quinto Tour y, para él, nunca más nada fue igual, al igual que un Anquetil en zona descendente y Hinault se disponía a subir por última vez al cajón de los Campos Elíseos, con la imagen del Arco del Triunfo al fondo, un formato que inauguró el exciclista que en el país galo no se puede nombrar.

Froome, en cambio, es el abanderado del nuevo ciclismo, el que premia la tecnología al máximo, el que desprecia las artimañas médicas del corredor innombrable y el que confía infinitamente en un equipo llamado Sky.

Tres Tours lo contemplan desde ayer, como la belleza habitual año a año de unos Campos Elíseos entregados al ciclismo; un Froome sin fecha de caducidad. “El año que viene espero volver a pelear por el jersey amarillo, aunque con mayor batalla que este año, con un mejor Quintana y con un Contador, que ha quitado espectacularidad al Tour por culpa de sus caídas y abandono”.

Sin embargo, él está llamado el año que viene a empezar a acercarse con cuatro victorias en París, si la logra, al récord de las cinco que posee, aparte de Anquetil, Merckx e Hinault, Miguel Induráin, quien a los 32 años, en 1996, intentó sin éxito el reto de un sexto triunfo consecutivo, en una ronda francesa con mucha lluvia y de triste recuerdo para quienes la vivieron en directo.

En el ciclismo actual la edad no parece ser un obstáculo para corredores treintañeros. No debe serlo para Froome.

¿Es su ciclismo espectacular? Evidentemente. Y su dominio no es muy diferente al que ejercían antiguos astros del Tour, los que dominaban la contrarreloj, como él, y los que ascendían por los montes sin problema, como él. Banderas y simpatías aparte, no hay una gran diferencia entre la forma de actuar de Froome o la de Indurain. Y los Tours de Miguel no eran aburridos en España. El problema de esta edición no ha sido Froome sino la frágil oposición de sus rivales, con un Quintana bajo de forma y un Contador caído en combate. La diferencia con los Tours de Induráin es que a Froome le ha faltado un opositor con el genio de Claudio Chiappucci, la consistencia de Rominger, la sorpresa de Ugrumov o la efectividad de Alex Zülle para impedir que ayer sonara de nuevo el God Save the Queen en la capital francesa.

ASTUTO COMO EL QUE MÁS // Froome ha ganado este Tour porque ha pedaleado con la fórmula y la seguridad de verse mejor que sus rivales en la contrarreloj, más pícaro para adivinar las claves de una etapa, astuto para buscar el instante de un ataque en la montaña y confiado en que tenía un equipo de otra Liga y dimensión para respaldarlo si llegaba una situación complicada, como su caída en la penúltima etapa alpina.

A la hora de buscar responsables ante la falta de espectacularidad, rivales y ataques serios subiendo montes, lo que gusta al aficionado (el único que hubo fue el de Bardet y pasó en un descenso) en este Tour finiquitado en París, Froome es inocente, porque él ha sido el protagonista de las tres escenas que más se recordarán: su descenso en el Peyresourde, su chispa y picardía para acompañar a Sagan con la ventisca de Montpellier, y su carrera a pie por las cuestas del Ventoux, cuando ya había sacado de rueda a la mayoría de contrincantes, y se disponía a ampliar su hegemonía al frente de la general. Faltan 11 meses para que empiece el Tour 2017. Y logre o no la victoria Froome, que sea más divertido que el de este año. Por favor. H