Chris Froome es una bestia, un salvaje intratable y da igual el terreno por el que pase el Tour. El jersey amarillo los tiene a todos bajo su yugo, ya sea bajando en los Pirineos, cortándolos con el viento del Languedoc o haciendo lo que le da la gana en la primera de las cuatro etapas de unos Alpes que se presentan como su paseo triunfal; cada día es más líder, más fuerte.

Nairo Quintana no es el del año pasado, ni el del 2013, ni siquiera el que ganó en el 2014 el Giro. No camina, ni siquiera para pensar en estos momentos que el podio de París está a su alcance con un chaval, Adam Yates, tercero, que va para figura del futuro, y un Richie Porte que ya le calienta las orejas. Quintana no está fino y por esta razón hasta hay que preguntarse si valía la pena sacrificar al murciano Alejandro Valverde, privarlo de la libertad que necesita y atesora un ciclista de su clase y no dejarlo, en cambio, que escale por los Alpes como le dé la gana y no a las órdenes de su compañero colombiano.

AL SON DEL BRITÁNICO // El Tour avanza al son de Froome y del Sky, como una historia que se repite desde que se partió de Normandía y mucho más desde que Contador se dio el gran castañazo como preámbulo de su retirada. Es muy posible que el ciclista madrileño no hubiese podido contrarrestar a Froome. Sin embargo, es evidente que faltan ciclistas con el genio del madrileño, corredores de los que prefieren morir matando que descolgándose sin levantar la voz, como el fruto maduro que cae del árbol sin apenas moverlo el campesino. H