Hay que lucharlo todo», se decía a sí mismo Chris Froome cuando se acercó a la meta volante de Andorra la Vella para arañar dos segundos de bonificación, claves para colocarse líder de la Vuelta. «¡Buf. Qué mal voy!», se lamentaba Alberto Contador en su voz interior mientras ascendía por La Rabassa, intuyendo el drama que se le presentaba. «¡Por dos segundos, mecachis!», se quejaba David de la Cruz después de cruzar la meta, enrabietado porque quería llegar hoy de líder a Tarragona, sin darse cuenta de que era fantástico que fuera ya el segundo de la general... solamente por detrás de Froome.

Y, mientras tanto, Vincenzo Nibali, feliz por volverse a sentir fuerte, al verse peleando entre los mejores y, sobre todo, por ganar la temprana etapa de montaña en Andorra, hacía un gesto con su mano, colocada sobre su casco como si fuera una aleta. «Sí, simbolizaba la aleta de un tiburón. No lo había hecho nunca». El Tiburón es su apodo en el pelotón.

UNA SONRISA DE SATISFACCIÓN // La sonrisa de Froome era ancha, de satisfacción, mientras se colocaba en el podio el jersey rojo de líder. Desde el 2011 no se vestía con esa prenda y, en aquella ocasión, aunque pueda parecer sorprendente, la perdió frente a Juanjo Cobo. Entonces solo era el gregario de Bradley Wiggins --en esa edición, tercero de la general-- y todavía tenía que ganar los cuatro Tours para llegar a La Vuelta como el gran favorito, el que ya ha demostrado que es, con un equipo fuera de serie y con unos rivales que están decididos a plantarle cara y que son buena parte de la flor y nata del pelotón: Nibali, Fabio Aru, Romain Bardet, Esteban Chaves y un ciclista que está decidido a colocarse a las espaldas el peso de convertirse en el referente español en esta Vuelta, nada menos que un De la Cruz que confesaba a su novia, en la meta de Andorra, la rabia que le había dado no conseguir el jersey rojo y arrancar demasiado tarde en el esprint final que le ganó Nibali.

Estaban y estarán todos, todos los que tenían que estar... Todos menos Contador. En el 2011, cuando Froome se vistió de líder de La Vuelta por primera vez, él era solo un aspirante, casi una promesa y nadie podía pensar que llegase a ser el dominador de la década en las carreras de tres semanas, sobre todo en el Tour y también en una Vuelta de la que está enamorado. Entonces el dominador era un pistolero de Pinto que ha decidido despedirse en esta Vuelta. Pero en Madrid: ni podía imaginar, que a las primeras de cambio, estaría desplazado a más de tres minutos del líder. Con todo lo que queda por delante, tras solo una contrarreloj por equipos de menos de 14 kilómetros y una etapa con dos puertos de primera y uno de segunda.

Contador da sus últimas pedaladas profesionales; las piernas, al menos ayer, no le respondieron y su cara era triste, porque a él solo le gusta ganar: «Ha sido un día malísimo». «Hace tiempo que no me sentía tan flojo», rubricó en la meta de Andorra

A poca distancia de él, Froome confesaba que tratará de conservar el primer puesto, ante la amenaza de las bonificaciones. «Si creyese que conseguir el doblete Tour-Vuelta no fuera posible, no estaría aquí», dijo. «Para mí es un honor poder vestir con el jersey rojo. He entrenado bien después del Tour y creo que estoy en un estado de forma similar al que tenía en Francia», añadió.

RESPIRO // A la espera de las dos prometedoras etapas de Castellón, hoy espera una de las llamadas jornadas de transición, con 198,2 kilómetros entre Escaldes-Engordany y Tarragona (Anella Mediterrànea 2018), con solamente un puerto de tercera.