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@jfdelaossa

El fútbol no ha sido ajeno a la dura y prolongada crisis económica de la que no terminamos de salir. Su burbuja también pinchó, pero gracias a la permisividad de un sistema endogámico preparado, precisamente, para que sobreviva en base a sus propias reglas, le ha permitido capearla mucho mejor. Este verano, de golpe, nos hemos despertado con fichajes por unas cifras inimaginables para lo que es la vida hoy en día, por cantidades superiores, incluso, a cuando la economía crecía sin freno. De forma paralela, sin darnos cuenta porque eso no aparece en el telediario ni copa portadas, el fútbol modesto se aprieta todavía más un cinturón que le da ya varias vueltas al cuerpo, en una lucha inexorable contra la supervivencia, contra la extinción.

Esta semana, 20 equipos del grupo VI Tercera División verán encajados sus partidos ligueros entre los compromisos laborales y la todopoderosa Champions. Esta temporada no será una excepción: hay hasta siete jornadas intersemanales. Y, en algunos casos, con serios agravios. El Castellón, por ejemplo, disputará hasta media docena de esos encuentros en casa. Casi la tercera parte. Una barbaridad. ¿Qué compensación tienen? Ninguna. El año pasado se llegó a un acuerdo de reparto de derechos de televisión que trataba de compensar al fútbol modesto, precisamente, de la competición del fútbol a todas horas en la pequeña pantalla, pero esas cantidades o no han llegado, o lo han hecho por un valor mucho menos del inicialmente pactado (60.000 euros en Segunda B, 17.500 en Tercera, 6.000 en División de Honor Juvenil y 2.500 en Liga Nacional Juvenil, más un extra para los desplazamientos).

No sé si veremos más fichajes de 150 o 200 millones de euros (los representantes, los que manejan el cotarro, esos que mueven jugadores que dejan un reguero de comisiones por el camino, aseguran que sí, que lo de este verano va a repetirse en el futuro), pero lo que no veremos ya más son partidos de Tercera o Preferente con más de 1.000 aficionados (salvo rarísimas excepciones). Hace 15 años, un futbolista de Preferente podía cobrar holgadamente por encima de los 1.500 euros. No le hacía falta otro empleo. Ahora, ese mismo jugador, si no ha colgado las botas, ve como los que vienen por detrás se dan con un canto en los dientes si jugar al fútbol no les cuesta dinero. En muchos casos, cada vez más, se juega por la gasolina... y a veces ni eso.

No es de extrañar lo que, hace unos días, me comentaba mi compañero Jorge Sastriques, todo el verano inmerso en la preparación de esos pequeños tesoros que son los extras de fútbol (el último, el que está en camino, de ese fútbol tan olvidado que es la Primera y la Segunda Regional). Esta temporada, Segorbe, Catí, La Llosa o Benlloch se han quedado sin sus equipos. El primero, como Ícaro, ha pasado de jugar en categoría nacional (Tercera) a, directamente, desaparecer. Catí siempre ha sido una plaza respetable en Primera Regional. Además, otros clubs, como el Alcalà (subsiste en Preferente), no han tenido más remedio que buscar gente de fuera (y cuando digo de fuera, es hasta de España) porque no encontraba jugadores de la zona.

Si esto sucede en el fútbol, el panorama, en otros deportes, es mucho peor. Con los patrocinadores a la fuga y desamparados por sus propias federaciones, muchos salen adelante con subvenciones, proyectos cada vez más austeros y tirando de imaginación, incluso en la élite. Lo peor es que, aquí, la tendencia no se invierte.