Yeda es la segunda ciudad más grande de Arabia Saudí con 3,6 millones de habitantes y, para los estándares del país, es la más cosmopolita. La cercanía con La Meca, a apenas 80 kilómetros, lugar de paso pues de todo musulmán de cualquier rincón del mundo al menos una vez en la vida, le ha conferido desde hace años un aire más internacional. No es particularmente bonita, salvo el centro histórico, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. Pero está bañada por el mar Rojo, constituye el puerto marítimo más relevante del reino del desierto y explican los guías que es todo un paraíso para los practicantes del submarinismo.

Estos días debería convertirse en el paraíso de los amantes del fútbol saudís si Valencia y Madrid este miércoles (20 horas) y Atlético y Barça mañana jueves (a la misma hora) le ponen interés a esta Supercopa de España fabricada en formato de final four por la Federación y exportada como un producto valioso. A razón de 40 millones anuales, en concreto, adquirida por el país que ha convertido los grandes acontecimientos deportivos en una prioridad de Estado y al que con dinero no se le gana gracias a sus infinitos recursos petrolíferos.

Luis Rubiales le ha puesto un empeño evangelizador en la tierra del islam wahabista y ha asegurado que el fútbol español, con sus cláusulas para conceder la Supercopa, abrirá aún más las puertas de los estadios a las mujeres, algo que el régimen monárquico, al parecer, ya ha acometido desde hace un tiempo. Uno más de sus varios gestos aperturistas que le acercan al menos unos pasos a ciertas costumbres occidentales. Pero todo el mundo entiende que si la Supercopa se traslada a Arabia es por razones puramente crematísticas, diga lo que diga Rubiales para curarse la conciencia ante los reproches de las organizaciones de derechos humanos.

El aire competitivo

Ciertamente, el lugar de destino y la naturaleza de una monarquía muy necesitada de un lavado de imagen internacional han puesto hasta la fecha un velo delante del fútbol. El torneo se presenta tan artificial, tan extraño, tan lejos, que les tocaba a los protagonistas dotarle de contenido competitivo con sus declaraciones. Lo intentó primero Albert Celades, el entrenador del Valencia, y Zinedine Zidane, líder del Madrid, horas después.

Los jugadores del Madrid, en un entrenamiento en Yeda.

«Salimos a competir al máximo. Es un reto grande y lo es por la grandeza del rival, un Madrid que está mostrando un solidez defensiva que hacía tiempo que no veíamos», dijo Celades, quien puede sentirse motivado porque afronta la opción de ganar un primer título.

«Estoy muy contento de estar aquí porque vamos a jugar una competición importante para nosotros y eso es lo que me anima a mí y a los jugadores. Vamos a poner toda nuestra energía en este partido», aportó Zidane.

El Barça aterrizó anoche a Yeda, el último de los cuatro equipos en alcanzar tierra sagrada. No arrastra las bajas significativas del Madrid, sin Bale, Benzema ni Hazard, pero le faltan Ter Stegen, Dembélé y Arthur. Llenan el vacío seis jugadores del filial y uno del juvenil.

Estadio lleno

Queda por ver cuál es el grado de implicación de los futbolistas que mandan en el campo y en el vestuario. Seguro que no alcanza el nivel de los encargados de la tesorería de los cuatro participantes, y no digamos de la Federación. La mitad de los 40 millones se los llevan los clubs, aunque el Valencia anda quejoso porque el reparto no resulta equitativo. La expedición azulgrana llegó presidida por Josep Maria Bartomeu.

Cuesta de creer que el equipo de Valverde y de Simeone puedan convertir Yeda en un paraíso del fútbol por lo visto esta temporada. Los 62.000 espectadores que llenarán el estadio acudirán con unas expectativas (por algo estará Messi en el campo) de la altura de los prejuicios con que los visitantes occidentales llegan a un país cargado todavía de tradiciones oscuras, por decirlo suavemente, pero más plural de lo que parece desde el exterior que tiende a verlo como un bloque ultraconservador. El fútbol lo unifica todo. Ese es su poder. Veremos si interpretan igual el buen y el mal juego.