En una carrera de tres semanas como el Giro y con 21 etapas en la competición resulta imposible que cada una de ellas sea espectacular, entre otras cosas porque el pelotón necesita respirar, tomar aire y hasta pillar algún día en plan de entrenamiento con dorsal, aunque duelan las piernas y sea necesario ejecutar cada uno de los kilómetros previstos. En un deporte donde cada vez prima más el control de los conjuntos potentes, donde se mira y se comprueba quién se cuela en una escapada, la espectacularidad esta reñida muchas veces con el guion de la carrera.

Y eso es lo que ha ocurrido este jueves, en la victoria del ciclista suizoSilvan Diller, del conjunto BMC, compañero, entre otros, de Fran Ventoso, en un Giro en el que Mikel Landa ostenta la mayor representación española y que como Nairo Quintana y Vincenzo Nibali se tomó la primera etapa por territorio peninsular, tras el paso previo por Cerdeña y Sicilia, como un día de recuperación, en una etapa que solo podía animarse por el viento o por el descenso que había en los últimos kilómetros y por la pequeña cuesta que llevaba a meta que habría hecho las delicias, entre otros, de Philippe Gilbert o Peter Sagan en el supuesto de que se hubieran apuntado a la ronda italiana del centenario.

Avanza, por ahora, un Giro que, en emoción, solo ha deparado los impresionantes últimos del pasado domingo, entre viento y 'abanicos', porque la ascensión al Etna pilló demasiado temprano a unas figuras que decidieron no mostrar todavía las cartas a los rivales. Este viernes, la séptima etapa, también esta destinada a un esprint, eso sí, con 224 kilómetros, ¿demasiados quizás? en una prueba que por ahora domina el luxemburgués Bob Jungels.