Dentro de mi reconocido frikismo está mi pasión por el hockey sobre hielo. Soy un fiel seguidor de los Washington Capitals de la NHL norteamericana y también tienen un rinconcito en mi corazón los Hamburg Freezers, de la DEL Bundesliga alemana.

Suelo acudir dos veces por temporada a Hamburgo y soy fiel a mi cita con los Freezers. En la ciudad Hanseática, al igual que en toda Alemania, hay fervor por este deporte. Y ya es un clásico llegar hasta la Hauptbahnhof (Estación Central), hacer trasbordo, coger el metro hasta la última parada y luego un bus hasta el pabellón... como un hamburgués más.

Recuerdo que hace dos temporadas acudí al último partido de Liga. Los Freezers eran colistas y no pudieron ganar su último partido. Pese a ello, los 13.000 espectadores que llenaban el Barclaycard Arena despidieron al equipo con una ovación, aplausos y, tras el partido, en la plaza colindante al recinto, hubo una fiesta de despedida de la temporada: cervezas, perritos calientes, música y los jugadores, técnicos y directivos mezclados con la afición.

Yo no daba crédito a lo que veían mis ojos. Y le pregunté a un aficionado: «¿Pero que el equipo no desciende a Bundesliga 2? ¿Y esta fiesta a qué se debe?».

Su respuesta fue: «No descendemos. Solo bajas si renuncias, ya que los clubs son franquicias». Y le insistí: ««Y la fiesta?». Y me replicó: «Por habernos hecho disfrutar todo el año y por darlo todo por nuestros colores». Aquí eso sería impensable.