A Ernesto Valverde Tejedor (Viandar de la Vera, 1964) nadie tuvo qué explicarle cómo se manejaban las cosas en el FC Barcelona cuando, a finales de mayo del 2017, aceptó coger las riendas del primer equipo. Pero, por si acaso no guardaba un recuerdo muy preciso de su paso por el club como jugador, rápidamente se le puso al día de lo vertiginosa que puede llegar a ser la vida en el banquillo azulgrana: en sus primeras semanas en el Camp Nou, ya tuvo que ver cómo uno de los pilares de la plantilla se marchaba sin dar margen a la entidad a encontrar un sustituto de un nivel remotamente parecido; la fuga de Neymar marcó irremediablemente el estreno de Valverde como técnico del Barça y el 'Txingurri' encajó la situación con una profesionalidad encomiable. Ni siquiera la utilizó como coartada (y bien podría haberlo hecho) después de perder la Supercopa de España ante un Real Madrid que en aquel momento aparecía como claro favorito para revalidar el título de Liga.

Frente a la colisión de temperamentos que supuso la etapa de Luis Enrique, Valverde optó por la discreción, la naturalidad y el respeto a las jerarquías de un vestuario en el que los galones ya empezaban a pesar más que el estado de forma. El 'Txingurri' entendió que el primer y principal requisito para construir un equipo fiable y regular era atender a las necesidades de sus figuras y crear un ecosistema para que estas vivieran sin sobresaltos, y en ese empeño no tuvo reparo en asumir el papel de gestor de egos y en renunciar a imponer su sello futbolístico.

Una nube de desconfianza

Así, más sólido que brillante y aferrándose en los momentos de dificultad al talento inacabable de Leo Messi, el Barça de Valverde fue liquidando rivales con la eficacia de un funcionario abnegado hasta completar un ejercicio liguero modélico que, sin embargo, quedó en un segundo plano cuando el 11 de abril del 2018 el equipo se desplomó de manera inexplicable en el Olímpico de Roma, donde sufrió una humillante derrota (3-0) que lo apeó de la Champions en los cuartos de final. La pasividad del entrenador en aquel partido infausto lo dejó señalado ante la afición azulgrana e hizo nacer a su alrededor una nube de sospecha y desconfianza que ya nunca se ha acabado de disipar.

Para mayor calamidad, el título continental se lo acabó llevando el Real Madrid, lo que minimizó el valor del doblete doméstico conquistado por los azulgranas después de bordar el fútbol en la final de la Copa del Rey frente al Sevilla, al que aplastaron (5-0) en una noche mágica de Andrés Iniesta.

Un 'remake' con peores críticas

La exhibición del Metropolitano y el aval público de Messi dieron crédito al 'Txingurri' para afrontar el curso 2018-2019, pese a que ya desde la pretemporada quedó claro que la debacle de Roma había convertido la Champions en algo parecido a una malsana obsesión. El segundo año de Valverde fue una versión ligeramente desteñida del primero; un 'remake' hecho con más presupuesto que tuvo un éxito tirando a discreto y que cosechó críticas despiadadas.

Enfrentado a la lesión de Messi, las crisis de melancolía de Coutinho y las indisciplinas de Dembélé, el técnico se dedicó a apagar incendios de puertas adentro con su proverbial temple, pero, más allá de la ilusionante aunque poco sostenida irrupción de Arthur, no encontró fórmulas para hacer más atractiva la propuesta futbolística del equipo. La pérdida de identidad del juego azulgrana, cada vez más alejado del modelo cruyffista, y la disparidad en el trato dispensado a los jugadores, entre los que se fue conformando algo parecido a una casta de intocables, engrosaron el debe del entrenador. Aun así, las victorias siguieron llegando y, con la colaboración de la desastrosa campaña del Real Madrid, el campeonato de Liga se tiñó de azulgrana antes de tiempo.

'Dead man walking'

Y entonces llegó Anfield, ese Vietnam del barcelonismo. Ante un Liverpool plagado de reservas, el Barça incurrió en los mismos errores que en Roma y Valverde volvió a quedar retratado por su escasa capacidad de reacción. La eliminación provocó un seísmo en el club y dejó al 'Txingurri' al borde de la destitución. Parecía la solución más lógica. Y la más sencilla: al fin y al cabo, el técnico no ha dedicado este tiempo a cultivar un entorno que lo proteja en momentos de crisis. Pero los pesos pesados del vestuario apostaron una vez más por su continuidad y Bartomeu decidió en el instante decisivo no quedarse sin su último fusible.

Desde ese momento, Ernesto Valverde ha sido en Can Barça un condenado a muerte. Un 'dead man walking', que dicen los estadounidenses. Su papel en la planificación deportiva de esta temporada ya fue meramente testimonial y el irregular desempeño del equipo en la primera mitad del curso lo ha convertido en el blanco de unos ataques cuya inclemencia no se explica sin los traumas de Roma y Liverpool. Tras la eliminación de Yeda, en una escena de película de terror 'granguiñolesco', Bartomeu le ha desconectado la respiración artificial. Valverde deja al Barça en la cabeza de la Liga y clasificado para octavos de la Champions. Gustos futbolísticos al margen, nadie hablará mal de él.