Llevaba yo apenas unos meses comentando partidos en la radio cuando mi equipo fue a jugar uno a Almería. En un momento dado expulsaron a un futbolista local y dije algo así como «conociendo a Paco Flores», que era el entrenador, «conociendo a Paco Flores» seguro que no le ha gustado esto, «conociendo a Paco Flores» seguro que le echa una buena bronca, que se prepare, seguro que lo castiga ahora. Yo dije eso como se dicen muchas cosas en la vida, tocándola de oídas y adoptando un papel que no me pertenecía. De qué iba a conocer yo a Paco Flores, que lo había visto alguna vez por la tele, como mucho, pero dije «conociendo a Paco Flores» como si me fuera de cañas con él todos los días.

Futbolistas malos

Yo dije todo eso, y mis amigos se me reían luego con razón, porque llevaba puesto el traje de comentarista. A veces llevo el traje de comentarista, a veces el de yerno, el de columnista o el de paciente en el dentista, y en cada momento todos hacemos lo que se supone que se espera que hagamos en cada caso. Sé que todos somos así de impostores, y no pasa nada. No sé en qué momento somos de verdad nosotros mismos, si es que en realidad existe eso de ser uno mismo, y tampoco pasa mucho.

Uno de mis futbolistas favoritos es el impostor Villacañas. Se presentó en Castelló en los años sesenta, dijo que había jugado en el Espanyol y coló: alojamiento gratis, invitaciones a comer y días de gozo y fama. Los aficionados le prestaban dinero porque ya lo devolvería con el primer sueldo. Todo bien hasta que se descubrió la farsa y se evaporó el entusiasmo. No solo no era futbolista: la policía comprobó que lo buscaban en los juzgados de Barcelona.

También es célebre el caso del brasileño Kaiser, que le han hecho hasta una película, que giró años por el mundo haciéndose pasar por futbolista. Esto nos aboca a un desagradable tema colateral: hay por ahí unos cuantos futbolistas profesionales que son bastante malos.

Con voz de pito

Alguien tenía que decirlo. Hay futbolistas muy malos y yo, con lo malo que era, ¿qué?, yo estoy aquí con lo malo que era. Hay también un montón de gilipollas triunfando en la vida y yo, con lo gilipollas que soy, ¿qué, aquí estoy yo con lo gilipollas que soy.

La vida va de pasar por algo que no somos. Queriendo o sin querer, actuamos. En verano estuve unos días escribiendo noticias de salud: cuanto más escribía de salud, más ganas de morir tenía, en la paradoja. Quizá quede una verdad a salvo: los defensas que siempre han sido defensas. Esos no actúan, los defensas que fueron niños grandes ligeramente descoordinados, que gritaban «salimos» con voz de pito después de descoser el balón con un pelotazo. Los defensas que no se complicaban, que solo cruzaban el centro del campo para rematar algún córner, esos córners que los zurditos mentirosos como yo tirábamos directos de vez en cuando, y ellos volvían al sitio girando el cuello e insultándonos.

Los defensas que se duchaban rápido para no hacer cola en el bar del bocadillo y que mantienen, por mucho tiempo que pase, ese inconfundible movimiento de cabeza cuando quieren arrancar rápido, esa huella en la memoria de los exgordos. Todo es mentira en esta vida excepto los defensas que solo pueden ser defensas, la seguridad natural, los defensas bastos.