Cuando se habla de un símbolo de la actual selección argentina que se cruzará hoy en el camino de España por el título mundial hay que remitirse por fuerza a Luis Scola (Buenos Aires, 30/4/1980). A sus 39 años es el último representante de la mejor generación argentina (Prigioni, Pepe Sánchez, Nocioni, Oberto, Ginóbili, Scola...). La que se colgó una plata en el Mundial de Indianápolis, en el 2002, el oro en los Juegos de Atenas en el 2004, el bronce en Pekín-2008 y que estuvo a punto de tumbar a España en las semifinales de Japón, en el 2006.

Camino de los 40, muchos podrían mirarle con cierta condescendencia mientras apura sus últimos días en las filas del Shanghai Sharks de la Liga china. Pero sería un error. Francia lo pagó caro en la semifinal. Su actuación fue determinante para llevar al equipo de Sergio Hernández al triunfo, con 28 puntos y 13 rebotes en 34 minutos que le valieron para ser elegido el MVP del partido. «Hoy por hoy es nuestro líder y disfrutamos siguiéndolo.

Nos muestra el camino», aseguró el base madridista Facun Campazzo, para destacar la profesionalidad y el liderazgo de Scola, que ahora se alza en el camino de la selección hacia su segundo título mundial. «Cuando llegas a una final de la Copa del Mundo es un poco irrelevante contra quién juegas porque todos van a ser muy buenos», dijo cuando le preguntaron sobre el equipo de Scariolo.

Pocos reparan en que Scola sigue imbuido del mismo espíritu competitivo que le ha acompañado toda su carrera, la que le llevó durante ocho años a ser un referente en el Tau Vitoria, con el que ganó Liga y Copa en la ACB y jugó una final de Euroliga, antes de dar el salto a la NBA, a los Houston, donde estuvo cinco temporadas, y desfilar más tarde por Phoenix, Indiana, Toronto y Brooklyn. L. M.