España jugó bien. Iniesta, mucho mejor. La selección arrancó la defensa de su título con un partido irreprochable ante la República Checa, si acaso la falta de gol como único problema a tan exquisito fútbol que dejó en Toulouse. No habla el marcador del juego fluido, inteligente, ordenado y, sobre todo, paciente que desplegó el equipo de Vicente del Bosque, quien, ahora sí, puede decir tranquilamente que ha completado la revolución serena. Ni rastro de Casillas --al joven De Gea no le temblaron las manos en ningún momento--, sin noticias de Diego Costa, que se quedó en casa porque apostó Del Bosque por Morata primero y Aduriz después, y con Iniesta ofreciendo una cátedra futbolística para el recuerdo. Trasciende el fútbol de Iniesta desde hace mucho tiempo, por más que algunos ahora empiecen a descubrirle e incluso se diría que hasta reconocerle.

Pero él solo, pese a completar un partido impecable --con y sin balón-- no podía con todo. Por eso, y cuando la angustia amenazaba con arruinar tan buen partido (quedaban solo tres minutos para el final), decidió el centrocampista tomarse un café en el costado izquierdo del área checa, agazapados como estaban todos protegiendo a ese gigantesco Cech, que les mantuvo con vida, especialmente en la primera mitad.

Toda España estaba nerviosa, excepto Andrés, quien giró armoniosamente sobre sí mismo, levantó la mirada, oteó el horizonte y descubrió a Piqué. Otro de los elegidos, le digan lo que le digan. No, no fue un centro cualquiera. Ni una asistencia de tantas. Más bien fue un pase con la mano a la cabeza del central, por mucho que el balón saliera suavemente del pie derecho de Iniesta. Estaban los checos frotándose las manos porque creían haber desactivado a la inteligente España de la primera mitad, que se estrellaba frustrada, una y otra vez, ante el cuerpo y las manos de Cech.

DELANTERO IMPROVISADO // En esos momentos donde el pánico a empezar una Eurocopa con un empate se apoderaba de todos, Iniesta le generó con su pase un espacio a Piqué. Y si los nueves (Álvaro Morata, el titular, se movió bien pero no acertó en el remate y Aritz Aduriz, el suplente, incordió en la media hora final) de España no están lúcidos, tampoco hay muchos problemas. Para situaciones así siempre te queda Piqué, jugador más que comprometido con el fútbol. Aunque la selección debió recurrir al orden y a la calma para no ser arrastrada por la ansiedad.

Cuanta más tormenta hay, más apacigua el balón. España jugó muy bien la primera parte ya que anuló a la República Checa (tres acciones a balón parado en los cuatro primeros minutos y un disparo inocente de Necid) a través de la calma, mezclando con criterio tanto el juego en corto como en largo. Estaba jugando bien España. Sin gol, pero más que bien. Apareció en la segunda parte con más energía aún, aunque tuvo un minuto tonto donde Cesc Fàbregas, más valioso en tareas defensivas que en el centro del campo o arriba, y Sergio Ramos, peinando un balón aéreo hacia atrás, evitaron el derrumbe dfe la selección.

Pero la luz de Iniesta era infinita, capaz de sobreponerse a esa singular tarde en Toulouse. Singular porque igual llovía a cántaros, calando los huesos de miles de aficionados, que salía el sol, mientras el incómodo viento iba y venía sin parar. Del Bosque agotó los cambios (Aduriz por Morata, Thiago por Cesc y Pedro por Nolito), consciente de que el fútbol terminaría siendo justo.

No era posible tan cruel castigo para la selección, que veía escurrirse el tiempo entre sus dedos con todo un país, los checos protegiendo la casa de su Dios Cech, hasta que Iniesta le dijo a Piqué: Ahí la tienes, Gerard, toda tuya. Y Piqué cabeceó tal si fuera un nueve de toda la vida, dejando ya en el tiempo añadido una parada salvadora de De Gea, que metió los puños a un furioso disparo de Darida. Volvió el sol a Toulouse. Ganó España. Ya nadie silbará a Piqué, ni nadie tendría que dudar de su compromiso con la selección. Pero la España que ganó fue la España de Iniesta. El mejor en el estreno de la Roja. H