Rafa Nadal es de aquellos deportistas que parecen no tener un límite. Incluso se podría decir, como el buen vino, que contra más añejo, mucho mejor. Si no, que se lo pregunten a un jovencísimo Stefanos Tsitsipas (verdugo en cuartos de Roberto Bautista), un talento griego con apenas 20 años que apunta grandes cosas, pero que ayer cayó, pese a ofrecer resistencia con su extraordinario saque, ante un rival agresivo aunque a la vez muy cerebral, que lo borró de la pista, tan rápido como la superficie, en tres sets (6-2, 6-4 y 6-0). El balear aguarda en la final al ganador del Novak Djokovic-Lucas Pouille (9.30 horas).

Pareció que era el duelo de los saques directos y de los juegos en blanco. Pero siempre, en el momento decisivo, con un poquito más, el partido se decantaba del lado de Nadal. Así una y otra vez, hasta en la segunda manga, la más igualada. Porque, en el primer parcial, el mallorquín comenzó a cimentar la victoria; y en el tercero, con un Tsitsipas que ya había bajado la guardia, Rafa se paseó para cerrar con un 6-0 sin respuesta y alcanzar de este modo su quinta final, camino de una segunda victoria en Melbourne, en el 10º aniversario del triunfo ante Roger Federer.

Un instante clave // Solamente hubo un instante en el que dio la sensación de que el ateniense podía subirse a las barbas de Nadal. Ocurrió durante la segunda manga, en el quinto juego. Nadal gozó de un 0-40 que presumía una ruptura de servicio, pero Tsitsipas no solo lo igualó, sino que lo remontó para colocarse con ventaja de 3-2. Era el momento para que el público de Melbourne, que soportaba un terrorífico calor (40 grados y con el techo abierto), soñase con una ampliación de un partido que apuntaba tal como fue a un final rápido: apenas duró una hora y 46 minutos. Nadal, que llega a la final sin ceder un solo set, se apuntó también la segunda manga y ya puso la directa hacia su victoria. Una más. Una final más para un tenista que parece no tener fin y al que, como el buen vino, hay que saborear, sin prisas y con una buena copa.