Rafael Nadal ha pasado cientos, miles de horas, jugando y entrenando a tenis. Desde que se hizo profesional en el 2001 también ha estado tiempo alejado de las pistas, forzado a la pausa y enfrentado a la incertidumbre y el abismo mental por lesiones o problemas de su cuerpo. Es difícil resumir todo lo que a sus 33 años ha vivido y hecho vivir, disfrutado y sufrido, peleado y ganado hasta llegar, el domingo, a la conquista del Abierto de Estados Unidos, su cuarto título en la pista dura de Nueva York, el 19º grande de su carrera.

Quizá por eso —y por el triunfo logrado en un «inolvidable» partido a cinco sets frente a Daniil Medvedev, sísmico, agónico y fenomenal por las dos partes—, cuando la organización proyectó en las pantallas gigantes de Arthur Ashe un repaso visual de esas conquistas que colocan a Nadal a solo un título del récord de Roger Federer, incluso alguien tan estoico como él no pudo evitar pensar en «todo el camino hecho». Dejó caer la barrera emocional y derramó las lágrimas más dulces.

«Juego para ser feliz», explicaba después a la prensa. Ponía así su grano de arena para que el resto de los mortales intente resolver el misterio de cómo, por qué, puede seguir luchando con y por la excelencia. Es lo que ha desplegado este año, con su inigualado 12º Roland Garros, el título en Flushing Meadows, final en Australia y semifinal en Wimbledon, y victorias en Roma y Montreal.

Excelencia es también lo que mostró en esa épica orgía de tenis y tensión que fue el 7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4 labrado en casi cinco horas de duelo con Medvedev, un frontón de 23 años que, cuando el balear tenía el partido encauzado en el tercer set con 3-2 y servicio, protagonizó un esfuerzo de remontada para los anales. Solo la enorme experiencia, el tesón y la fortaleza mental que forman parte del ADN de Rafael Nadal lograron que contuviera al tenista moscovita en el inicio de la quinta manga de la final para llegar a una de sus más especiales victorias ante un rival al que daba crédito por haber jugado «un tenis increíble».

VALORAR CADA MOMENTO / «Puedo perder pero al menos no voy a dejar de pelear o de luchar», explicaba. «Técnicamente, tenísticamente, puedo fallar, pero mentalmente intento no permitirme fallar porque volvería a casa sin estar tranquilo conmigo mismo. Lo que te da la felicidad es la satisfacción personal de que has dado el máximo, y en ese sentido estoy muy tranquilo y satisfecho conmigo mismo».

«Juego para ser feliz», insistía el campeón español. «Como he ido teniendo muchos problemas físicos durante mi carrera nunca he sabido si cada victoria era una de las últimas oportunidades y quizás, dentro de la mala suerte que he tenido con las lesiones, eso me ha hecho siempre valorar cada momento bueno».

Así, y con frases como «yo juego pensando en mi carrera», trataba también el de Manacor de dejar a otros los análisis sobre la lucha por el título de mejor tenista, o al menos el dueño de más títulos de Grand Slam, que ahora se intensifica entre él y Federer y también con el serbio Novak Djokovic, dueño de 16 (y cuyo número 1 en la ATP ahora queda a solo 640 puntos de distancia para Nadal). «Entiendo el debate, y es bueno para el tenis, crea interés que tres jugadores estemos haciendo algo que no se había hecho nunca y para mí es una gran satisfacción ser parte de esta lucha, pero yo interiormente no la puedo vivir así, me equivocaría si lo hiciera», añadía.

SOBRE LA AMBICIÓN / Está convencido de que «la ambición es buena, pero desmesurada es mala, y cuando deja de ser sana en cualquier aspecto de la vida puedes correr el peligro de dejar de ver el mundo de una manera positiva». Y en su caso huye del «estado de tensión y de presión» que le crearía centrarse en esa lucha.

Jóvenes como Medvedev, con «formas de campeón», aporrean la puerta del Olimpo, pero los hombres que han tenido la llave los tres últimos lustros siguen guardándola. Entre los tres han ganado los últimos 12 grandes torneos del circuito y este año Novak Djokovic se impuso en Australia y Wimbledon y Rafa Nadal en París y Nueva York. «La transición hace tiempo que está en camino, lo que pasa es que nosotros seguimos aquí», recordaba Nadal. Y al menos en su caso, la intención es seguir. «Hasta que el físico me lo permita pero, sobre todo, mientras sea feliz haciendo lo que hago». Y es feliz. Vaya si lo es. Y con motivos.