Existe una palabra en portugués que define como ninguna otra la particular manera de proceder de los irreverentes nativos de la Cidade Maravilhosa. La bagunça, aunque tiene infinidad de significados, es la expresión comúnmente utilizada para explicar el desorden que únicamente tiene sentido en la cabeza de su creador. Algo así como el escritorio de Albert Einstein o una surrealista performance de Salvador Dalí. Cosa de genios con tintes esquizofrénicos pero irremediablemente brillantes. Así es como podría definirse a los Juegos Maravillosos de Río 2016: una auténtica y carioquísima bagunça.

SDLqMuito obrigado por unos Juegos maravillosos en la ciudad maravillosa. Habéis demostrado que es posible organizar unos Juegos sin ser un país de la élite del PIB”, agradeció el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach. Pero lo cierto es que, más allá del Carnaval en las ceremonias del Maracaná, la 31ª edición de los Juegos Olímpicos comenzó rodeada de polémica por los cuatro costados.

Tras meses cargados de tensión por la exagerada amenaza del virus del zika, el gran desaparecido en los 17 días de competiciones, el estigma de la inseguridad, que apareció fugazmente pero sin consecuencias, y los enormes atrasos en la construcción de las instalaciones, que fueron solucionados en el último segundo, llegó el momento de la verdad.

El lamentable estado de algunos de los edificios de la Villa fue el primer gran susto en Río. Las delegaciones olímpicas de Australia y Suecia se negaron a instalarse ante el panorama de olor a gas, cables al descubierto y baños inundados. Solamente un esfuerzo extra con 700 electricistas, fontaneros y albañiles salvó del fracaso a la mayor Villa Olímpica de la historia de unos Juegos.

RITMO TROPICAL // Fue entonces cuando las cosas comenzaron, poco a poco, a funcionar razonablemente. La mayoría de los 10.500 atletas que llegaron a Río acobardados por los titulares de la prensa comprendieron que las cosas saldrían adelante aunque, eso sí, a ritmo tropical.

“La prensa internacional le debe una disculpa a Río de Janeiro y Brasil porque fue una experiencia magnífica. Hace un año y medio que escuchamos historias negativas (…) en cambio vimos el espíritu, la energía y la belleza de la ciudad y sus gentes”, declaró el exgimnasta norteamericano Bart Conner, marido de la mítica Nadia Comaneci.

Pero la visión del campeón olímpico no fue compartida por los casi 30.000 profesionales de la información que tuvieron que vérselas cada día con el caótico Río. “Son los peores Juegos que he visto”, era un comentario habitual en las interminables colas de seguridad o mientras se esperaba a los autobuses.

Los casi 50.000 voluntarios de Río 2016 también sufrieron en sus carnes el caos organizativo. Con turnos de hasta nueve horas seguidas, sin apenas recibir comida o agua y sin ningún tipo de facilidad para regresar a sus alojamientos, el 30% abandonó el evento tras la primera semana.

El transporte funcionó, con la milagrosa línea 4 del metro de Río, sin registrar incidencias. De igual manera, el olor fétido y el color verde de la piscina de saltos en el Maria Lenk, la ruptura de la rampa en la Marina de Glória o el hundimiento de la plataforma para la travesía en aguas abiertas fueron problemas llamativos pero se solucionaron pronto.

El que no dudó en sacar pecho fue el presidente del Comité Olímpico Brasileño (COB), Carlos Arthur Nuzman: “Muchos se irán de aquí pensando que fueron los mejores Juegos de la historia”. H