Un aficionado al fútbol, siempre que no sea del Madrid o esté movido por otros intereses, debería alegrarse de que un equipo gane por vez primera en un estadio como el Bernabéu. Los títulos, en el fútbol de hoy en día, están vetados a la mayoría de equipos por las crecientes diferencias, así que ganar en casa de uno de esos en teoría llamado a ganar todos los encuentros, pues tiene su aquello. Algo de justicia, no sé sí divina o poética, sobre todo por quien marcó el gol que permitió el histórico triunfo en los morros de Florentino Pérez.

Pablo Fornals, un futbolista de Castellón que, además, nunca ha escondido sus sentimientos hacia los albinegros, rubricó la gesta. Decir de él que es un vendido sería de necios. Está mal criticarle, tanto como si los orelluts más acérrimos quisieran, por ejemplo, que Jordi Marenyà, que es de Vila-real y el capitán de los orelluts, le fuera mal en el Castellón.

Con más momentos de reflexión, a todos nos iría mejor en la vida. Da la sensación de que, ahora, hay que ser de A o de B, de sí o no, de blanco o negro... Parece que no valen las medias tintas, que ser amigo de uno lleva intrínsecamente añadido ser enemigo de otro. Pues sí, uno se puede alegrar de la victoria del Villarreal en el Bernabéu y también del triunfo del Castellón en Buñol. O viceversa. Porque es bueno que exista rivalidad, porque bien entendida es hasta provechosa, pero sin caer en la descalificación o el insulto. Al menos, es como a mí me han educado.