El jueves, cuando Serena Williams cayó ante Karolina Pliskova,Angelique Kerber cumplió un sueño que tenía desde niña: garantizarse que a su nombre le acompañara el número uno del mundo. Cuando debute ahí este lunes, a sus 28 años la más veterana en alcanzar ese culmen, lo hará con gloria doble. Esta noche pasada, en la pista Arthur Ashe, en su tercera final en un Grand Slam este año, tras ganar su primer grande en Australia y pelear por Wimbledon con Williams, la alemana ha conquistado el Abierto de Estados Unidos tras imponerse a Pliskova 6-3, 4-6 y 6-4.

El título, y lo que se ha visto en el disputado y excelente partido que le ha medido con la checa que le había barrido con un 6-3 y 6-1 en la final de Cincinnati, son la última confirmación del año de gloria deKerber, que logró también la plata en Río. Y son también la última muestra de la transformación radical de la una jugadora que entró en el tenis profesional en 2003 y empezó a destacar precisamente en Nueva York en 2011 donde, como ha dicho al recoger su copa y su cheque de 3,5 millones de dólares, «empezó todo».

En esos cinco años Kerber ha dejado de ser la jugadora que no lograba controlar sus ataques de negatividad y ahora intenta disfrutar «dentro y fuera de la pista». Y ha pasado de ser también una tenista extremadamente consistente pero pasiva a arriesgar y no vivir, como antes, esperando los errores de sus rivales.

LA AYUDA DE GRAF

El momento clave de su viaje personal y profesional llegó el año pasado, cuando después de caer del top 20 «ya no sentía ninguna alegría ni motivación» y supo que algo tenía que cambiar, en su filosofía y en su juego. Comenzó entonces la mutación que vivió un momento clave cuando pasó unos días con su compatriota y su ídolo:Steffi Graf, quien según Kerber fue quien le deshizo de sus dudas. Y así empezó el 2016 ganando Australia, el título que le dio «mucha más confianza y fe» en su juego pero que le obligó también a acostumbrarse a vivir con la presión. Volvió a pasar unos días conGraf y André Agassi en Las Vegas, y aunque en el Roland Garros cayó en primera ronda, siguió con un verano espectacular.

Tras romper el último juego en blanco a Pliskova, la reina de los acesde la WTA, y asegurarse el título, Kerber se ha dejado caer al suelo, se ha cubierto la cara y ha llorado. Cuando luego le han preguntado por sus pensamientos en ese momento, Kerber lo ha explicado. De niña soñaba con ser número uno, con ganar grandes títulos. Y, al menos para ella, «todos los sueños se hacen realidad».