Durante los descansos del juicio del 'caso Rosell', en los pasillos de la Audiencia Nacional se formaban corrillos en los que se comentaba lo que iba aconteciendo dentro de la sala. Eran nudos formados por abogados, acusados (menos Sandro Rosell y Joan Besolí, encarcelados por entonces), sus familiares, algunos amigos y unos pocos periodistas. En esos primeros días, con mucho profano en materia judicial, los letrados despejaban dudas de forma informal mientras los familiares hacían de tripas corazón.

Por muchos prejuicios que como presidente del Barça hubiera fomentado Sandro Rosell, a medida que discurrían las sesiones cualquiera se iba percatando de que el caso de la fiscalía perdía tanta consistencia como un balón pinchado. En algunos recesos, después de la perplejidad provocada por la débil aportación de algún testimonio primordial para la acusación, un familiar de los acusados se lamentaba con rabia poco disimulada: "Y 22 mesos de cárcel por esto!". Por pruebas así, tan frágiles, quería decir.

Con el pudor y la prudencia del oficio, los letrados señalaban con susurros a la jueza cuando se les inquería entonces sobre cómo se había podido llegar a esta situación, a los 643 días de prisión preventiva. ¿La mala es Lamela? "La mala es Lamela", ratificó un componente del nutrido grupo de abogados. Ayer, no obstante, Pau Molins y Andrés Maluenda, los abogados del expresidente, extendieron las culpas a los investigadores policiales, a la fiscalía y al tribunal de la Audiencia Nacional que validó la prisión preventiva. En resumen, al sistema.

MÁS PENDIENTES DEL MÓVIL

Durante la instrucción, la jueza Carmen Lamela denegó reiteradamente la libertad provisional. Y se incautó de todo el patrimonio de la familia Rosell. Marta Pineda, la esposa del expresidente, pudo explicar algunas penurias del día a día. Y en esas charlas de pasillo se explicó con perplejidad que durante la instrucción, a puerta cerrada para el público, Lamela atendía con desdén a los argumentos de la defensa. Se la veía más pendiente de su teléfono móvil que de lo que estaba en juego. "Ya ha acabado?", se le oyó decir con voz fatigada y sin apartar la mirada de su pantalla. Siempre como si tuviera la cabeza en otro sitio.

Lamela, ascendida posteriormente al Tribunal Supremo, no hizo amigos en el entorno Rosell, como no los hizo en el entorno de los procesados por el procés, ni por los familiares de los jóvenes de Alsasua. Hacia ella, por decirlo de una forma suave, se generó incomprensión por su forma de actuar, por su fe ciega en la palabra del inspector policial que lideró la investigación. Como explicó el abogado Andrés Maluenda durante el juicio, "lo que dijo el agente 111.468 el susodicho iba a misa". "Todos hicieron copiar y pegar, no se molestaron en leer nada. Si hubieran leído nuestros argumentos, como ha hecho ahora el tribunal, nos habríamos ahorrado muchas penurias", reiteró ayer Molins.

"¡LIBERTAD, LIBERTAD!"

Por eso, después de 13 negativas, se vivió un primer gran momento de euforia cuando el trío de magistrados de la Audiencia Nacional aceptó la puesta en libertad condicional de Rosell, Besolí y los otros cuatro acusados a finales de marzo, coincidiendo con el Madrid-Barça de Copa. "Libertad, libertad!", gritó entonces Maluenda, papel en alto, cuando recibió el salvaconducto judicial sin ni siquiera necesidad de fianza.

Las lágrimas de emoción de entonces fueron torrenciales, y ya hacían prever que el juicio estaba bien encaminado. Fuera de las manos de Lamela, las ventanas se abrieron de par en par. Y ayer se constató todo lo intuido durante el juicio. La euforia y la rabia volvieron a mezclarse. La prisión preventiva volvió a cuestionarse. El interrogante indigesto de cómo se compensan estos meses de angustia reapareció con una fina lluvia que lo empapa todo. Lo bueno, para los inocentes y sus familiares, es que se plantean ya desde la libertad total. Y sin que Lamela pueda hacer nada.