Se lo dije delante de él hace algo más de una semana, y él puede corroborarlo, que yo consideraba que Frank Castelló tenía la fecha de caducidad puesta, que no le veía mucho futuro al frente del banquillo de Castalia, más peligroso que una silla eléctrica, sobre todo desde que Cruz tiene la mano puesta sobre su interruptor. Claro que solo ante el peligro (afirmación casi literal: sin médico, fisioterapeuta ni utillero, más allá del incombustible Eliseo), con el enemigo en casa (la susodicha coach), aguantando carros y carretas (no sé si algún día se atreverá a decir públicamente lo que le pasó en la víspera de la visita a Orriols), su equipo suma ocho partidos sin perder y continúa formando parte del pelotón de aspirantes a los play-off, aunque los tres primeros ya se han escapado significativamente.

No tardó ni un día, desde su llegada, en comprobar que las cosas no eran como le habían prometido. Su gran pecado no es haber tomado el envenenado testigo de Kiko Ramírez. Ni permanecer en la barrera cuando los Carlos López, Meseguer o Antonio abrieron la puerta de salida de Castalia, hartos del que manda. Tampoco que tardara en dar con la tecla; ni siquiera la monumental rajada sobre sus jugadores tras la debacle en Ontinyent. Su principal error es haber firmado un contrato que le impide, lógica en mano, coger esa misma puerta. Y ahí aguanta, casi sin medios, con un vestuario que ha cerrado filas e incomprendido por la grada.

Por eso, ¡larga vida a Frank! H