Vuela Messi y sonríe feliz el Barça. Sonríe porque se asoma a la semana clave de la Liga (visita el sábado a la Real y recibe el miércoles 18 al Real Madrid en el Camp Nou) con el viento a favor tras encadenar cinco victorias consecutivas (cuatro en Liga y una en Champions, con un contundente parcial de 15 goles a favor y solo cinco en contra. Viaja el Barça hoy a Milán de turismo tras salir indemne (y primero) del grupo de la muerte europeo.

Y todo porque Messi, la bestia, se lo está pasando bomba en las últimas semanas después de haber sufrido un complejo y enrevesado inicio de curso. Complejo porque una inoportuna lesión muscular en el sóleo le hizo estar de baja en cinco de las siete primeras jornadas, impidiendo así la conexión entre el nuevo tridente que nacía. No coincidía en el campo con Griezmann, el recién llegado, ni tampoco con Suárez, su amigo del alma.

Pero todo ha cambiado en los dos últimos meses. Poco antes incluso de que recibiera la noticia de que había ganado el Balón de Oro, el sexto de su inacabable carrera. Messi se divierte de tal manera que apenas necesitó siete jornadas para adelantar al mejor Benzema nunca visto de cara al gol. El francés aprovechó esos dos problemas físicos del argentino para tomar una sustancial ventaja: 6-1. Era a inicios de octubre. Cuando se ha dado cuenta, Leo le ha endosado un rotundo parcial de 5-11 en esa batalla que libran por ser el pichichi de la Liga. El diez azulgrana gana al nueve blanco. A inicios de diciembre.

juego más atractivo / Impulsado por la ola de euforia que desprende Messi, el Barça ha recuperado también la alegría en su fútbol, además de una fiabilidad que había perdido. Están ocurriendo cosas interesantes en el interior del equipo, ocultas, casi siempre, por la infinita y poderosa luz que irradia Leo. La solidez de Rakitic en la medular («es un seguro», llegó a decir Valverde tras su buen partido contra el Mallorca) ha favorecido la creatividad de De Jong. Y Griezmann es más feliz sin necesidad de tirar confetis.