Con el fichaje más caro de la historia y el jugador más valioso del mundo construyó el Barça el triunfo definitivo, aunque no lo necesitara. No había mejor forma que garantizar el punto imprescindible para acaparar tres, como luego se vio. Coutinho y Messi adelantaron pronto el trabajo y el Deportivo abrió media hora de incertidumbre. Llegó a empatar y se colocó en la tesitura de que un golpe de fortuna le ayudara a alimentar el milagro ineludible para la futura salvación, pero se topó de bruces con la cruda realidad: enfrente estaba Messi. Le quedaba al Deportivo media hora en Primera y le quedaba al Barça media hora para evitar el sonrojo de que un equipo moribundo retrasara la fiesta. Messi no quiso pasar por otra noche como la de Roma, con el equipo a la deriva tras dejar escapar una renta de dos goles, y decidió que no se repetiría aquel sofoco. El astro enfocó de nuevo la portería en vistas de que los demás habían perdido las gafas y enchufó dos remates maliciosos en tres minutos para que fuera la 26ª victoria la que brindara el alirón. Se llevó el balón del partido y con él se abrazó a Andrés Iniesta para empezar a celebrar la novena y última Liga juntos.

APAGÓN COMPRENSIBLE // El 2-4 ocultará, con el tiempo, el apagón del Barça, hasta cierto punto comprensible con la ventaja que tenía y las angustias de su adversario. Solo faltó que anotara dos goles con tanta prontitud.

El equipo se relajó de tan fácil que se encontró la empresa de ganar a un Dépor desahuciado. La lluvia de centros sobre el área de Ter Stegen denunció la laxitud del centro del campo y señaló la descolocación de los defensas. Valverde lo vio claro: quitó a Dembélé y a Coutinho, y metió a Denis y Paulinho. Mientras, Iniesta seguía calentando esperando ser el tercer elegido. También lo esperaba el público para despedirse de él. Y lo hizo.