Mientras Leo Messi sea el guardián del templo, no hay quien profane el Camp Nou. En un partido vertiginoso que quedará en la memoria de los aficionados por el generosísimo derroche físico de los dos equipos y por la obra maestra en forma de lanzamiento de falta con la que el 10 coronó su descomunal actuación, el FC Barcelona logró ante el Liverpool una contundente victoria (¡la primera en el Camp Nou en toda su historia!) que le permite acariciar con los dedos el pase a la final de la Champions League.

El 3-0 final tal vez no haga justicia a los méritos de unos y otros (no, al menos, a los de un Liverpool que se vació durante los 90 minutos sin obtener ni un mísero premio de consolación), pero sí responde a la determinación y el oficio con los que el conjunto azulgrana ha encarado en esta temporada la aventura europea. Y recompensa la memorable exhibición de un futbolista especial cuyo nombre debe de estar ya grabado en el Balón de Oro del próximo año. Será el sexto.

Jürgen Klopp se graduó en Ciencias del Deporte por la Universidad Goethe de Frankfurt con una tesis sobre el arte de caminar, lo cual resulta irónico porque si algo no hacen los equipos de Klopp es justamente eso, caminar. Al contrario, lo suyo es el vértigo, el ruido, la furia... La presión intensa para desplegar el ataque a toda velocidad sin dar respiro al rival. El técnico red lo llama heavy metal, aunque esos arrebatos volcánicos parecen más emparentados con la urgencia del punk que con el virtuosismo del rock duro.

Frente al estruendo kloppiano, el Barça compareció ante su afición con una propuesta a priori más melódica y afinada, anclada en el pase y la posesión (como se preveía, Coutinho le ganó la plaza en el once a Dembélé), pero capaz de desarrollar crescendos eléctricos y hasta de dejar un espacio para los desvaríos free-jazz de Arturo Vidal, que se coló en el equipo inicial por Arthur. Todo ello al servicio de un solista superdotado y con dosis extra de motivación.

El partido arrancó febril. Puro rock and roll. Con los dos equipos entregados a un ataque sin cuartel y aplicados en una presión intensísima, el balón viajaba de un área a la otra a una velocidad difícil de describir. En ese duelo de ida y vuelta, Messi y Salah asumieron el liderazgo de sus respectivos equipos y se exhibieron en una serie de aventuras ofensivas casi en solitario que sirvieron para contagiar a sus compañeros un altísimo ritmo competitivo.

EL PRIMERO DEL BARÇA / Justo cuando parecía que el cuadro azulgrana, menos acostumbrado al frenesí, empezaba a ceder terreno ante el empuje scouser, llegó el primer gol del Barça. Luis Suárez esperó al primer partido contra su exequipo para estrenarse en esta Liga de Campeones. Y lo hizo en una estupenda jugada que inició Vidal, pasó por los pies de Coutinho y llegó a Jordi Alba, que puso el balón entre los centrales para que el uruguayo, en una posición forzada, matara.

Les vino bien el tanto a los locales, que necesitaban abanicarse, asfixiados ante el impresionante despliegue físico del equipo red, que no dejaba de empujar.

El panorama se repitió en el tramo inaugural de la segunda mitad, en el que solo la aparición de Ter Stegen, con tres intervenciones de mérito, salvó al Barça.

Viendo cómo su equipo empezaba a descoserse, Ernesto Valverde sacó hilo y aguja. Quitó del campo a Coutinho y dio entrada a Semedo para que el Barça se reconfigurara en un reconocible 4-4-2. Como sucedió en el clásico liguero, el movimiento sirvió a los locales para sacudirse la presión y ordenar mejor el ataque, de modo que al cabo de pocos minutos llegó el segundo gol, en una acción en la que Sergi Roberto tocó el balón dentro del área para que Suárez rematara al travesaño y Messi, más atento que Van Dijk, recogiera el rechace y enviara la pelota al fondo de la portería.

Faltaba la guinda. Ese lanzamiento de falta imposible, desde casi 30 metros, que el rosarino coló en el rincón donde duerme la lechuza, inalcanzable para Alisson. Una joya de gol (el 600 de su carrera) que desencadenó el éxtasis en el Camp Nou y que pone al Barça en el umbral de la puerta que da acceso a la final.

Queda el partido de vuelta. Ahora vienen los reportajes sobre Bill Shankly, la mística del «esto es Anfield» y el «nunca caminarás solo» y 90 minutos apasionantes que conducen al Metropolitano. Que tal vez no sea un templo pero es el lugar en el que todos los devotos del fútbol europeo querrían estar el próximo 1 de junio.