Ponerse a escribir unas líneas de una persona que ha dedicado 25 años de su vida al Villarreal no es sencillo. Puedes optar por la síntesis cronológica, pero con el riesgo de describir lo que todo el mundo sabe. Otra opción es dedicar el espacio al arte de la loanza, pero no me convence la fórmula. Entonces, aposté por contar lo que me dicta el corazón, ése que a veces me traiciona y otras me hace olvidar que no hace falta siempre decir lo que queda estético porque lo realmente importante es lo que sientes.

José Manuel es ahora vicepresidente, pero lleva un cuarto de siglo siendo Llaneza en el Villarreal. No sé cómo definir ese cargo, quizás porque no se puede escribir con palabras, si lo has vivido, lo has visto y lo has disfrutado. No destaca por su simpatía, pero he pasado momentos muy buenos con él, desde que le conocí en una de esas tertulias del Grau que organizaba Vicente Miralles Troncho. Yo casi iba en pantalón corto y llevaba a la espalda una L de aprendiz de becario.

Duro y sentimental. Llamarle por teléfono era un suplicio para mí cuando empezaba en esta profesión, pero no menos que cuando te acercabas en cualquier viaje por el motivo que fuera, y te encontrabas con un Llaneza de todo menos agradable si el resultado no había acompañado. Recuerdo tertulias en su casa de Puzol cuando le visité un tanto acongojado porque él había pasado una dura operación de corazón. Cuando me marché llegué a pensar que quien estaba enfermo era yo. Tiene una psicología especial.

Inteligente y pasional, distante y cercano, rudo y educado... Llaneza no tiene término medio. Su coeficiente intelectual tampoco, aunque el tal Google, como siempre bromea él, echó a perder el lucimiento de una memoria prodigiosa. Siempre he creído que José Manuel ha estado en mi vida, como en la del Villarreal, cuando debía estar, aunque a veces le he echado de menos, posiblemente, como en algunas decisiones del club. Nunca olvidaré algunas escenas en las que aparece su figura. El abrazo del día del ascenso a Primera en el 2000 con el empate ante la UD Las Palmas. Ni tampoco cuando ambos envueltos en lágrimas nos saludamos el día del descenso contra el Atlético. Una comida en la Caja Rural de Nules rescató nuestras relaciones rotas, seguramente por mi culpa, después de meses duros por el affaire Riquelme. Casi a quemarropa me dijo que no había ayudado al Villarreal con aquel tema. Si y no, porque cada uno debe hacer su trabajo. En muchas ocasiones hemos mantenido discrepancias, más por la forma que por el fondo y, seguramente, porque ambos somos de costra de coco... aunque puede que también unos sentimentales de culebrón.

En alguna oportunidad eché de menos su llamada para explicarme alguna situación particular, pero Llaneza sigue sus protocolos a la antigua usanza. Eso debería mejorarlo, porque una llamada de un minuto soluciona conflictos de muchos meses. No obstante, eran temas menores. Hace apenas seis meses, en uno de los peores momentos de mi vida, le vi en la puerta de la iglesia de San Francisco de Castellón, al lado de Fernando Roig y Negueroles, esperando de pie. Nunca olvidaré su cariño y su aprecio, igual que el del presidente y consejero delegado. José Manuel, una vez más, estaba cuando debía de estar. Era un tema mayor.

La escena de Llaneza en la Diagonal de Barcelona esperando la llegada de los autobuses de los 10.000 seguidores groguets, que acompañaron al equipo en Segunda en un partido decisivo para ascender a Primera, forma parte de mi álbum de recuerdos inolvidables. Saludó uno a uno a todos los autocares y hasta coches particulares. Increíble, pero cierto. Era Llaneza en estado puro.

El viernes, mi amigo Javi Mata me contaba, con emoción, que había compartido una hora de entrevista para la televisión y la web del Villarreal, y había visto la cara más humana de Llaneza. Realmente la versión auténtica de alguien que asume su papel de hombre duro de forma profesional, como ha hecho durante muchos años en el Villarreal. Y por ello le he pasado por alto muchas cosas, que no oculto en ocasiones no me gustaban. Ambos manejamos una línea de actuación de respeto mutuo. José Manuel nunca me ha dicho que no debiera escribir ésto o aquello, posiblemente también porque sabe que soy un poco rebelde en esto de la libertad de opinión y un defensor del periodismo puro, pero también responsable.

Posiblemente soy el menos supersticioso del mundo. Me hacía cruces con José Manuel, porque hubo unos años en los que en algunas ciudades no había hoteles suficientes para alojar al equipo, por esa manía suya de cambiar de alojamiento si el resultado no había sido bueno el año anterior. Luego eso cambió. Incluso ahora ya usa hasta el iphone de última generación como cualquier teenager. Y cualquier día hablará inglés casi tan bien como habla en francés.

Soy un privilegiado porque esta profesión me ha permitido conocer a gente como él, auténtica y genuina. Me he levantado dos veces para frenar mi emoción al escribir esta columna. Solo describí sentimientos, porque contar la obra de Llaneza en el Villarreal no es necesario, porque es de sobra conocida. No cambies, José Manuel, porque los que te queremos lo hacemos con tus virtudes y defectos; los que te admiramos, nunca pretenderíamos que variaras ni un segundo de tu vida; los que son del Villarreal no pueden entender el Villarreal sin ti; y para la gente del fútbol, tú eres un referente. Pocos aman este deporte como tú. Lo más importante, la familia te adora y respeta. Yo simplemente me conformo con conocerte. Es suficiente, es mucho. ¡25 años! ¡Cómo pasa el tiempo! Si supieras cuánta gente te quiere... Dentro de 25 años... más.

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@josellizarraga