El Madrigal es diferente. No es Anfield, ni la Bombonera, ni el Pizjuán. Es El Madrigal, con sus señas de identidad propias. Siempre lo he defendido y lo defenderé, porque cada uno es como es y no tiene por qué cambiar. Es algo que siempre intento en mi vida, ser fiel a mis ideas y a mis convicciones, ni quiero imponer las mías a nadie ni tampoco que me imponga nadie las suyas.

El Madrigal, y si quieren el Villarreal, mantienen esa línea de personalidad que yo admiro. Meter 22.500 personas en un espectáculo en esta provincia a las 21.05 horas de un jueves, posee un mérito enorme, tanto por las características demográficas de Vila-real, como por su ámbito social por las propias circunstancias laborales de la población, atadas a unos horarios determinados.

El jueves me di una vuelta por Vila-real antes del partido. Por la mañana ya había visto a cientos de ingleses por las calles de Castellón. Me habían advertido de que el partido entrañaba cierto riesgo por la masiva presencia de seguidores ingleses. Luego no pasó nada, pero siempre hay que ser cautos. Gran parte de culpa la tiene la afición amarilla. Es diferente. La fiesta que mis entrañables amigos de Celtic Submarí montaron en su sede en las horas previas fue, como siempre, maravillosa. Ingleses, finlandeses (del Villarreal), escoceses y seguidores amarillos de todas partes comieron, bailaron, bebieron y se lo pasaron en grande, cada uno con la camiseta de su equipo. Lo mismo por las calles y en la sede de la Agrupació de Penyes, no me olvido de ellos, porque se dejan el alma por su Villarreal.

Lo que pasó por la noche en El Madrigal no lo olvidaré en la vida, como el recibimiento al autobús del equipo y la despedida a los jugadores. Ni un incidente. Repito, fue el éxito de la afición amarilla. No olvidaré el gran trabajo de profesionales admirables como Manuel Casarrubio, jefe de seguridad del Villarreal, o de José Ramón Nieto o José Ramón Martínez, responsables de la Policía municipal, igual que a la labor de la Policía nacional. El fútbol es pasión y sentimiento, que siempre deberían estar bien encauzados. El Madrigal es diferente. Sí, lo es y para bien.

En Madrid están orgullosos porque en Múnich habrá 2.800 atléticos apoyando al equipo de Simeone. Estamos hablando de un equipo de Madrid, que lo ha ganado todo y que está de moda. Son mucha gente, es cierto. Entonces ¿cómo catalogamos que en Liverpool habrá 2.000 groguets soñando con Basilea? Se lo dejo ustedes, porque quizás si lo escribo yo no seré equilibrado.

Y nos vamos a Anfield. Ya no tengo uñas. El jueves por la noche, al término del partido, la tensión se instaló en mi cuerpo. De momento, el corazón resiste. Vamos a sufrir, vamos a pasarlo mal porque el Liverpool nos apretará y examinará nuestra capacidad... Pero vamos a estar en Basilea. A ustedes solo les pido que sigan siendo ustedes. No se dejen comparar con nadie, porque ustedes son diferentes y eso es mucho. Son del Villarreal. La pequeña aldea gala sigue resistiendo y ganando batallas. La grandeza no estriba en el tamaño.

En Liverpool veremos un partido muy diferente. La importancia de mantener la puerta a cero en el primer partido es clave. Marcelino y Klopp lo tuvieron claro. Vimos un Liverpool muy cauto, sin ningún delantero nato, porque Firmino no lo es, y con mucha movilidad en sus mediapuntas, prevaleciendo la incorporación desde atrás en el juego entre líneas. El Villarreal estuvo en su idea, quizás un poco difuso en el último pase y con poca movilidad arriba. Pero tuvo el corazón de Bruno, la jerarquía de Víctor Ruiz, el seguro en la portería de un gran Asenjo, el talento de Denis y la potencia de Bakambu.

Y la palabra equipo grabada a fuego en el ADN de este Villarreal. No olvido a Marcelino, un tipo todo corazón, que ha contagiado hambre de ganar.

En Anfield, se verá un Liverpool diferente. Más agresivo, más ofensivo, más peligroso y que saldrá a ganar. Eso puede favorecer el contragolpe del Villarreal. Se sufrirá. Seguro. No tengo una bola de cristal. No sé lo qué acontecerá. Sí sé que voy a disfrutar del momento, y pase lo que pase no celebraré ni lloraré nada. La celebración la dejo para Basilea cuando Bruno levante la copa.

Mi sueño, el suyo, sigue ahí. No cambien, sigan siendo diferentes. Nos vemos en Basilea. Endavant. H