El Villarreal fue mucho mejor que el Atlético en todas las facetas, pero sobre todo en esfuerzo, trabajo, pelea y carácter. Si un equipo corre más que el de Simeone no es necesario añadir más. En fútbol no es suficiente con el talento, hay que correr y correr más que el rival. Si luego, además, posees la calidad que atesora esta plantilla que dirige Escribá puede pasar que el subcampeón de Europa pierda por un contundente 3-0 en el Madrigal. El Villarreal anoche peleó cada balón con ambición y como si se jugara en cada palmo del campo la final de la Champions. Y con esos ingredientes era complicado fracasar. Además tuvo gol y, si faltaba algo, dispuso del plus Trigueros. Demasiado para un Atlético que anda lejos de su mejor momento y que venía al Madrigal a despegar, pero acabó siendo la mejor pista de vuelo para un Villarreal que necesitaba de una victoria de prestigio.

El acierto en el remate había sido el mayor lastre para el Villarreal en las últimas semanas. El gol es capaz de convertir en bueno lo malo, igual que su ausencia producir el efecto contrario. No atravesaba antes de la visita del Atlético por su mejor momento el Submarino, pero seguramente con un porcentaje de finalización más positivo las sensaciones no hubieran sido tan malas. Pero el gol es como aquel invitado inesperado que te llega por sorpresa, sin anunciar su presencia, y que recibes con los brazos abiertos. Y anoche hizo acto de presencia en un partido importante para despejar dudas y alimentar la confianza y la autoestima. Importante para asentarse y no perder la estela del tren de Europa. Pero sobre todo para marcar el camino que tiene que seguir, sí o sí, el conjunto de Fran Escribá.

Ni las ocho bajas que presentaba ayer el Villarreal, con Bakambu y Rukavina sin entrar en la lista y obligando al técnico a echar mano hasta de N’Diaye, con quien no cuenta para nada y saldrá en enero, minaron el potencial de una plantilla que cuenta con un poderío y muchos jugadores de talento.

El Villarreal volvió a ser el Villarreal talentoso, dominante y solidario. Creció como equipo y al mismo ritmo acompasado la suma de sus individualidades, capitaneadas por Trigueros. El talaverano amalgama inteligencia, arte y talento en generosas dosis que sirvieron para desactivar a un pobre Atlético y reactivar al Villarreal.

Escribá alineó un equipo obligado por las circunstancias, con Álvaro ejerciendo de Musacchio, y una medular sin bandas, pero con cuatro futbolistas de clase que garantizaban control y tenencia de balón. El Submarino fraguó gran parte de su victoria en la superioridad en la parcela ancha. Jonathan ejerció de todocampista y no tuvo nada que ver con el jugador apático y desangelado de otras tardes. Bruno contagió jerarquía y sus cambios de orientación despertaron la admiración de su gente. Soriano no escatimó su talento, a cuentagotas en demasiadas ocasiones, y tuvo una presencia importante en el juego. Trigueros cosió todas las piezas y las adornó con su fútbol elegante. Es un jugador de esmoquin, pero siempre con los vaqueros a mano para asumir el rol de currante cuando el equipo lo necesita. Y anoche el Villarreal brilló como conjunto y se merendó al desconocido equipo de Simeone, que solo asustó en el inicio con un tiro al poste de Koke.

Sin embargo, el choque no tardó en adquirir pronto una tonalidad amarilla chillona. Soriano robó un balón a 25 metros del área, se lo dejó a Trigueros y el talaverano rompió a la defensa atlética y dejó sentado a Oblak con un tiro cruzado y seco. A renglón seguido, los de Simeone dispusieron de la jugada del empate, en una indecisión —una de las pocas que cometió el Villarreal— y Griezmann se plantó solo ante Asenjo, pero el zamora de la Liga desplegó sus alas de ángel custodio y dejó sin aliento al Atlético, que apenas apareció a partir de entonces.

El Submarino se creció, dejó cualquier atisbo de dudas y se creyó mejor que el subcampeón de Europa. Pato conectó un tiro que Oblak rechazó a duras penas y Jonathan, en boca de gol, anotó el 2-0. El Atlético de Simeone estaba herido de muerte.

El Villarreal no bajó ni un milímetro su presión sobre el rival. El trabajo de la línea defensiva brilló con luz propia, tanto como la seguridad que transmite un porterazo como Asenjo, pero la victoria se fraguó en la parcela ancha, donde el Atlético nunca pudo hacerse con el control. Parecía una noche europea, una de esas citas en las que este estadio se crece y se convierte en mágico y talismán.

La hora, la fecha entre semana y el nombre del rival convertían el encuentro en especial. Los colchoneros echaron mano de orgullo y dominaron al Villarreal en una franja de la segunda mitad, pero al Atlético le cuesta mucho hilvanar el juego estático. No es lo suyo ni en lo que más destaca, pero delante tuvo un auténtico muro de hormigón que no cedió nunca.

LA PUNTILLA / Escribá hizo uno de esos cambios que no gustan a la grada pero que son necesarios en momentos clave. Reforzó la medular sustituyendo a Rodri por Pato y adelantó a Manu como enlace. El Villarreal volvió a encontrar huecos y a ser peligroso. Y llegó el 3-0, pasado el minuto 90, en una jugada en la que intervino N’Diaye, que acababa de pisar la hierba, y Soriano le puso la puntilla a un Atlético que sigue en busca de su identidad perdida. El Villarreal la encontró anoche. Ese sí; ese sí es el camino.