Transitamos por una época en la que la impostura de nuestros políticos alcanza su máxima expresión; ya pueden haber perdido decenas de escaños o cosechado los peores resultados de su historia que, instalados cómodamente en la ausencia de autocrítica, se regodean, saltan, bailan y celebran no se sabe el qué. Y así le luce el pelo al país.

Tan malacostumbrados estamos que, por eso, pudo sorprender lo que dijo Marcelino tras la victoria sobre el Sporting, con el equipo ocupando un maravilloso cuarto lugar. Ante la pregunta amable, no cayó en la desaconsejable autocomplacencia de un triunfo al que no se llegó por el camino adecuado. El éxito mal digerido es muy dañino. Llega el halago fácil y uno se abraza a la vanagloria y, ante tanta adulación, no es capaz de analizar el por qué y el cómo se ganó.

El técnico tiene muy claro que una plantilla joven como esta ha de entender que la relación éxito-empeoramiento es muy cercana. Bielsa decía que “cuando ganas, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo, que te deforma y relaja”. Por eso resulta tan reconfortante comprobar que Marcelino no se parece en nada a los políticos. H