Lo habían señalado. Lo habían provocado. Lo habían sancionado. Y hasta el que le tiene miedo (normal que le tenga miedo, lógico), Valentino Rossi, había tratado de humillarlo diciendo que estaba destruyendo su deporte. Habían cuestionado su modo de pilotar y él había respondido, después de visitar una favela en Brasil y bailar con los niños, que no pensaba cambiar su manera de encarar las carreras, las curvas, los baches como los de Austin y atravesar el polvo como quien clava el cuchillo en la mantequilla. Logró la pole el sábado, pero lo castigaron a la fila de atrás por malo. Y él se fue a dormir con la idea de devolverles todo ese rencor con una carrera magistral. Bueno, en realidad, con una nueva carrera celestial a lo Capitán América. La misma que lleva seis años protagonizando: dominando todos los ensayos, consiguiendo la pole, la vuelta rápida en carrera y la victoria tras liderar todas las vueltas del Gran Premio.

Porque no hay nada que le guste más, que le motive, que le encante, que le excite más a Marc Márquez Alentá, el niño prodigio del nuevo siglo, el tetracampeón del mundo de MotoGP más joven de la historia, el poseedor de todos los récords de precocidad de la máxima categoría, que ganar en un circuito yankee, donde ha vencido las nueves veces que ha corrido. Ahí, en Austin, en Texas, es donde le pide a su equipo, a Santi Hernández, Carlos Liñán, Jordi Castellá y compañía que se suban al muro, que trepen por la verja y que le saluden como ganador cuando cruza la meta. Y así seis años. Y esta última con un puntito de motivación extra, con la bandera de su amigo desaparecido Nicky Hayden («un piloto tremendo y un ser maravilloso») clavada en su manillar y él feliz.

«No quería líos. No quería compañía. Me sentía bien, me sentía fuerte, me creía capaz de salir, apretar los dientes, correr a saco desde la primera curva ¿he llegado segundo, no? y olvidarme de los demás. No, no, hoy (por ayer) no quería peleas, no quería choques, no quería piques, no quería adelantamientos. Raro en mí ¿verdad?, pero así lo sentía y así quise hacerlo. Y lo he logrado. Ya vendrán otros trazados para pelearse, pero esta carrera, este triunfo, esta victoria la quería limpia, mía, yo solo, salir, escaparme y homenajear a Nicky». Márquez, que reconoció haberse ido a dormir el sábado con esa idea, realizó, fijo, la mejor salida de los últimos años. Por eso llegó a la primera curva pegadito a Andrea Iannone (Suzuki), al que pasó tres curvas después.

«¡Uf!, he estado enorme, enorme, he ido cuatro curvas, casi medio circuito por delante de Marc. Eso es fabuloso, pues Marc es aquí el Capitán América, el amo, el dueño del circuito, imposible ganarle, pero, mira, por cuatro curvas le he obligado a hacer un poco de show», se chuleaba, sonriente, feliz, Iannone, que logró su primer podio sobre la Suzuki.

CAJÓN // Algo parecido, por cierto, le ocurrió a Viñales, que en ningún momento quiso (ni pudo) forzar la máquina, su cuerpo y su Yamaha, para intentar alcanzar a Márquez («sabíamos que en Austin es algo superior a todos»). Eso sí, Viñales, segundo, ya está listo para ganar. «Ya veo el final del túnel, pues vuelvo a ser dueño de mi moto. Hemos arreglado los problemas y estamos listos para pelear por la victoria».

Victoria que volvió a ser dominio de Márquez, que entró a 27 milésimas (65 centímetros) de Dovi en Catar y que hubiese podido ganar en Argentina de no habérsele parado la moto en parrilla. «Era el día para vencer y hacerlo con ventaja, con autoridad. Me siento mejor que nunca con la moto y, pese a sufrir ya un cero, estoy a un solo punto del líder que, ya veis, vuelve a ser Dovi, que, silencioso, siempre está ahí». La manera de ganar de ayer de Márquez es fruto del ruido que le ha rodeado los días que siguieron al polémico GP de Argentina. «Tenía la adrenalina a tope, tenía una rabia interior especial y sabía que de todo ello iba a salir un Marc más fuerte y rápido», confesó a Movistar MotoGP TV.