Uf! ¡Por Dios! ¡Cómo corre esa moto!», se gritó en el muro de Marc Márquez (Honda) a lo largo del Gran Premio de San Marino, que se disputó ante una marea amarilla de 96.758 tifosi de Valentino Rossi (Yamaha), que acabó haciendo el ridículo ante los suyos al concluir en la séptima posición, a más de 19 segundos del vencedor, lo que significaba que, pese a su tremendo esfuerzo, del que nadie duda, perdía casi un segundo por vuelta.

El ganador, perdón, fue un tremendo, fulgurante, intrépido, pacífico, sabio y experto Andrea Dovizioso (Ducati), que, tras superar a su colega de box Jorge Lorenzo, se fue, se fue, se fue, dejando el lío atrás, casi riéndose (su última vuelta fue bastante provocadora e, incluso, tuvo que justificar que levantase la mano y saludase al público antes de hora), para ver (por el retrovisor mental) cómo Márquez provocaba la caída de Lorenzo.

UN MISIL / Cuando los que saben de verdad de motos, de motores, de centralitas electrónicas, de neumáticos, muestran su admiración por el salto de potencia, de frenada, de estabilidad, que ha dado la Desmosedici de Ducati. Ya ni siquiera sus pilotos lo esconden: conducen un misil. Y, en esa guerra espacial, solo Márquez y su Honda, ninguna más (el simpático Cal Crutchlow se subió al podio porque se terminó cayendo Lorenzo a falta de dos vueltas), le mantienen el pulso y les gana, sí, en las dos clasificaciones que valen: Mundial de pilotos (Marc Márquez líder, ya con 67 puntos más que Dovi) y Mundial de constructores (Honda líder, con 23 puntos más que Ducati).

La madre de todas las batallas que había organizado, de nuevo, Rossi en su jardín, Misano, a 14 kilómetros de su mansión de Tavullia, resultó un recital de Ducati y otra obra maestra de Márquez en cuanto a aguante, fuerza mental, estrategia en pista, aguante físico y pericia sobre dos ruedas. Que iban a ganar las dos Ducati estaba cantado. Habían venido hace tres semanas y habían volado sobre la pista del Adriático. Solo había que decidir qué campeón rojo sería el escogido. Lo fue Dovizioso, que confesó haber ganado «con la estrategia de Jorge, es decir, con el martillo, golpeando poco a poco, con precisión en cada vuelta, sin volverme loco, pero sin dejar de golpear en un día donde el calor era insoportable y los neumáticos fueron una locura de incertidumbre».

Dovi —mientras Rossi se hundía en la clasificación y los fieles amarillos se entretenían en pitar a Márquez, esperando que se cayese como el sábado y ovacionar su error— demostró que, cuando lo tiene todo bajo control («ha hecho materialmente lo que ha querido: ha apretado cuando ha querido, ha frenado cuando ha querido, se ha ido cuando ha querido, esa Ducati es tremenda, pero nosotros seguimos ahí, pegaditos, líderes», dijo Márquez), no hay quien le tosa. Y como Lorenzo se cayó, un dolor de cabeza menos. Y como Márquez no tiene necesidad de apretar, pista libre. Así, volando bajito, fue como Dovi se atrevió a ir saludando a su afición (muchííííííísimo menor que la de Vale) en la última vuelta.

LA VENTAJA DE MÁRQUEZ / Una carrera menos y ocho puntos más de ventaja. Márquez pisó Misano con 59 puntos sobre Rossi, el gran perdedor (ya es tercero), y entrará en Motorland (Alcañiz, Aragón), donde van a ponerle su nombre a una curva, con 67 más que el nuevo segundo, Dovi. «No hay mejor defensa que atacar», cuenta. Atacar a Lorenzo, pues Dovi estaba imposible. Y el tricampeón mallorquín, o por defenderse de Márquez, o por perseguir la segunda plaza, o por derrotar a su compañero de box, se fue al suelo. Sobre el mar rojo, emerge la cabeza del tetracampeón de Cervera, cada vez más pentacampeón.