Cuatro pasos, no muy rápidos, cuerpo inclinado y la zurda no obedece a su dueño. En ese penalti que falló Messi ante Islandia se acabó Messi en Rusia. De pronto, se volvió misteriosamente irreconocible. Hasta para él. No era Leo quien tiraba de manera horrible esa pena máxima. Parecía un clon falso. A media altura y a la derecha de Hannes Halldorsson, el portero islandés del modesto Randers danés, lanzó Messi. Falló ante ese guardameta, que hace de cineasta en su tiempo libre, un verdadero privilegiado porque de tanto estudiar al 10 de Argentina se coló «en su mente».

Nadie ha estado ahí. Diríase que ni el propio Messi, incapaz de hallar explicación a esa angustia que siente cuando juega con Argentina. Messi es un verdadero misterio para Messi. No es él. Es su cuarto Mundial y, por una razón u otra, nunca ha sido quien realmente es. En el 2006, siendo muy joven (apenas 18 años), nunca creyeron en lo que ya se suponía que iba a ser Messi. Dejó, muy a su pesar, la primera imagen de esa fatalidad histórica que le persigue, ya que no jugó minuto alguno.

Luego, en el 2010, dirigido por Maradona, o sea la sombra que le tortura a diario, ni rastro de él. Titular fue, pero nada de nada. Ni un solo gol marcó. El Dios Diego devoró al heredero Leo. Y se marchó con aquel contundente 4-0 de Alemania.

Cuatro años más después, en 2014, con Alejandro Sabella, el seleccionador que mejor lo ha entendido y comprendido, se acercó a la puerta del paraíso. Protagonizó un verdadero milagro: guiar a una mediocre y gris albiceleste hasta Maracaná. Pero un error le condenó, aquel disparo que hizo rozara el poste de Neuer le sigue torturando.

Divorcio con Sampaoli

Y en Rusia 2018, se suponía que Sampaoli, que mimó al diez en la fase de preparación visitándole varias veces en su casa de Barcelona, iba a hacer un equipo para arroparle. Era (o debía ser) una Argentina para Leo. Lo que nadie imaginaba es que construyó Sampaoli —al que no quieren los jugadores— una Argentina que torturó a Messi.